Día 2: Mist // Diablo

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Fanfic
Fandom: Lucifer
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La niebla y la humedad estaban demasiado espesas en ese pueblo y cada que se acercaba a la casa que era su destino, éstas aumentaban. A Lucifer Morningstar normalmente no le molestaría la niebla pero, ¡por su padre! ¿Por qué tenía el clima que ponerse así justo cuando estaba vistiendo uno de sus mejores trajes? Y de esos hechos con un material que cada día se volvía más difícil de encontrar y, por ende, más caros. Le saldría mejor subastarlo, pero con la humedad a la que lo estaba exponiendo, sólo las mejores brasas de su tan odiado Infierno lo podrían arreglar lo suficiente como para poderlo ofrecer al precio de fábrica. Y eso no era todo, todavía los árboles secos, con sus ramas puntiagudas, le desgarraban partes del mismo. Era eso o caminar por el terreno pantanoso y aparte arruinar sus zapatos lujosos. Lucifer era alguien de negocios, sí, pero también le gustaba presumir que tenía bastante clase. Lastimosamente, eso no quedaba en este pueblo olvidado por su padre y menos al lugar al que iba. Más le valía al sujeto tener su parte del trato.

En medio de la neblina la pudo divisar y sonrió: Unas luces amarillentas que provenían de una cabaña, la única que se podía divisar en el bosque, justamente al lado del río. Lucifer llegó a los escalones que dirigían a la puerta y se pasó las manos por el traje, asegurándose que no se notaran tanto los rasguños. De todas maneras, con o sin rasguños él se veía espectacular pero con gente como el tipo que vino a visitar sabía que era mejor verse lo más decente posible, demostrar clase. Irónico que alguien viviendo en una cabaña en medio de un bosque con un clima tan desfavorecedor ande exigiendo vestirse con clase, pero Lucifer no juzgaba.

No era la primera vez que venía a ver a este tipo y no era la primera vez que venía a este lugar. Tampoco era la primera vez que esa hermosa mujer le abría la puerta y le decía que llegaba justo a tiempo, que su esposo lo estaba esperando.
—Perfecto, gracias. Tu esposo debería considerar cambiar de lugar —comentó Lucifer mientras entraba.
—Creo que eso no podrá ser posible, señor Morningstar —contestó la voz de justamente la persona que Lucifer había venido a ver.
—¡Constanzo!
—¡El mismísimo Diablo! —exclamó Constanzo mientras lo abrazaba en un saludo bastante físico aunque, claro, Lucifer no se quejaba.

Adolfo de Jesús Constanzo era alguien que Lucifer conocía relativamente bien. Sólo sabía que logró hacerse un imperio de narcotráfico en México por el favor que Lucifer le hizo, un favor no muy sencillo y por eso era que venía todos los años a cobrar su parte y muchas veces incluía algo de diversión que, si Lucifer no mal recordaba, se llamaban tríos u orgías. Aunque Constanzo era un tipo algo... peculiar, bastante para ser humano, Lucifer lo tenía que reconocer, al fin y al cabo el favor que le concedió había sido muy especial y muy fuera de lo común para él. Lucifer se había topado a gente en el pasado que practicaba la misma clase de magia negra que Constanzo, pero con ninguno había acabado haciendo tratos como lo hizo con él para que el alma que ocupaba su caldera extraña que llamaba Nganga pudiera quedarse. Constanzo había podido hacer un trato con un alma que Lucifer normalmente preferiría mantener en el Infierno porque era divertido torturarla, aparte que sus pecados sí le habían hecho temblar de ira desde sus adentros. La única razón por la que accedió a dejársela a Constanzo es porque le prometió tener bastante control sobre él y también por la paga que le ofrecía por quedarsela.

Las joyas preciosas que le ofrecía eran unas que difícilmente encontraba, aparte de tenerle una lista de personas que consideraba pecadores, algunos por razones aburridas, otros lo suficientemente interesantes para que Lucifer les diera una visita. Pero lo que de verdad le gustaba de venir con Constanzo eran las orgías. Aparte que estos tratos le daban una oportunidad de divertirse un poco en un lugar con tantas cosas como México, incluso si era un país tan católico y creyente en su padre y las mentiras sobre él. Aunque ese detalle le fastidiaba, tenía que admitir que las cantinas y los salones de baile eran de lo más divertido, aunque dos que tres veces en sus descuidos lo habían descubierto. Curiosamente, en las leyendas que escuchaba de él la gente decía que le habían visto una pata de gallo. Claro que eso lo hacía resoplar fastidiado pero al menos no decían que tenía forma de cabra. Odiaba las comparaciones con animales aunque, entre cabras y gallos, los gallos se le hacían más interesantes. Las peleas de gallos de verdad eran un espectáculo digno de ver para el Diablo.

Fictober 2020Donde viven las historias. Descúbrelo ahora