Capítulo 2

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Tras aquel incidente, Zoro retomó su camino y se pasó el resto del día en el nido del cuervo, haciendo ejercicio, o eso intentaba.

—Esa maldita bruja —murmuraba Zoro mientras hacia su serie de flexiones—. Encima que la salvo, y ni las gracias me da.

La tarde del espadachín transcurrió de aquella manera: entrenaba mientras iba maldiciendo a Nami de vez en cuando.

Su cabeza estaba hecha un lío, llena de sentimientos contradictorios. Por un lado, estaba la Nami que lo molestaba, que lo golpeaba, lo regañaba y le pedía que le devolviera el dinero que le dejó en Loguetown para comprar las espadas; realmente odiaba todo aquello y a la chica por echarle todo eso en cara. Pero, por otro lado, tenía esa necesidad de protegerla de todo, de cuidarla y de dibujarle esa sonrisa tan bonita que tenía la ojimiel. De hacerla feliz.

Zoro suponía que todo aquello era porque en esas últimas semanas, por casualidades de la vida y por varios acontecimientos, se habían unido más y peleaban menos. En los últimos días, la parte de él que quería cuidarla, tenía más peso que la otra.

El espadachín decidió dejar todos sus pensamientos a un lado y concentrarse en sus ejercicios, ya que estaba empezando a pensar que se estaba enamorando de una bruja.

— o —

—Nami —la chica notó como una enorme mano la agarraba del cuello—, recuerda que siempre serás mía, y te pasarás la vida dibujando mapas para mí.

—Arlong...

La pelinaranja se incorporó de golpe, llevándose las manos a la cara. Otra pesadilla. Debía de ser la tercera en aquella semana.

Para no querer molestar a su compañera y con la necesidad de que le diese el aire, salió a la cubierta. El viento golpeó su cara en cuanto estuvo fuera, y en un acto inconsciente, se abrazó a ella misma.

Puso rumbo a la cocina buscando un refugio para cubrirse del frío, pero entonces recordó que esa noche, Zoro tenía el turno de vigilancia. Alzó la vista hasta el punto de vigía y pudo ver como las luces estaban encendidas.

—“Perfecto” —pensó la navegante mientras iba hacia allí. No quería estar sola, y en aquel momento, el espadachín era su mejor compañía.

Subió y una vez estuvo arriba del todo, abrió la trampilla, acto que hizo que el espadachín se pusiera en alerta, pero se relajó en cuanto vio la cabellera de la chica.

—¿Qué? ¿Has venido a pedirme disculpas por lo de antes porque tu conciencia no te dejaba dormir? —preguntó con una media sonrisa, mientras terminaba de hacer sus ejercicios de pesa.

La navegante hizo caso omiso y se sentó, abrazándose a sí misma, un poco por culpa del frío que aún tenía, pero en realidad, era por aquellas pesadillas que tenía a menudo.

Zoro, al no obtener respuesta, dirigió su mirada a la contraria, que estaba temblando, y el espadachín esperaba que fuese de frío. Dejó las pesas a un lado, cogió una manta, se acercó a la navegante y se la puso por encima, cosa que Nami agradeció.

—¿Estás bien? —preguntó el peliverde mientras se  agachaba frente a ella, para poder mirarla a la cara.

Negó con la cabeza mientras se aferraba fuerte a la manta y dejó escapar las lágrimas que intentaba retener.

—¿Y si vuelve otra vez? —el peliverde supo al instante de quien se trataba, nadie había hecho sufrir tanto a la navegante como aquel tritón—. ¿Y si se escapa de Impel Down, y viene buscando venganza? ¿Y si...?

—Hey —Zoro la interrumpió, poniendo con suavidad las manos en los hombros de la joven. Ella, por su parte, lo miró a los ojos—. Todo va a estar bien. Ha sido solo una pesadilla, ¿cierto? —la navegante asintió con la cabeza, mientras el chico le limpiaba las lágrimas que caían veloces sobre las mejillas de la contraria—. Nami, no voy a dejar que te pase nada.

La joven navegante no aguantó más y lo abrazó, buscando refugio en sus brazos. Era extraño, pero con él a su lado y entre sus brazos, se sentía segura, se sentía como si estuviera en casa, y sobre todo, se sentía capaz de cualquier cosa junto a él.

—Además —añadio Zoro en un tono divertido—, el cocinerucho me mataría si te pasase algo.

Ese comentario hizo que Nami se riera, mientras seguía entre sus brazos, notando las suaves caricias que el espadachín estaba dejando en su pelo.

—Puedes quedarte aquí a dormir si quieres. —la joven asintió ante la propuesta.

Se tumbó en una colchoneta que había, para cuando utilizaban el nido del cuervo como gimnasio, y Zoro se sentó a su lado. Él no podía quedarse dormido porque tenía que vigilar, pero sí que estaría junto a ella.

—Zoro. —el espadachín la miró, mientras Nami iba cerrando los ojos—. Gracias —fueron sus últimas palabras antes de quedarse finalmente dormida, y dejaba al peliverde con una sonrisa en su rostro.

Enamorado de una brujaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora