Capítulo 7

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Nami se aferraba con fuerza al espadachín, como si entre sus brazos encontrara el lugar más seguro del mundo. Zoro, por su parte, la abrazaba con más delicadeza, pero de una forma totalmente segura, intentando tranquilizarla. Su mano derecha iba acariciando con suavidad el cabello de la contraria.

—Lo sé —respondió en un tono sereno el chico—. He visto el tatuaje de los piratas de Arlong.

A la chica le recorrió un escalofrío al volver a escuchar su nombre, pero rapidamente negó con la cabeza.

— No, no son ellos —las palabras salían atropelladas de sus temblorosos labios—. Son los Piratas de la Muerte.

El espadachín se separó un poco de la navegante para poder mirarla a los ojos, pero sin soltarla.

—¿Los piratas de la leyenda que mencionasteis antes de llegar a la isla? —preguntó confuso.

La pelinaranja asintió, y ante la expresión del espadachín, continuó hablando.

—Eran aliados de Arlong. El chico estaba en uno de los puestecillos, pero no ha sido hasta que he visto la marca cuando lo he reconocido. —mientras iba hablando, se iba secando las lágrimas.

—Lo más probable es que haya más de ellos en el festival. Será mejor que regresemos al Sunny y se lo contemos a los demás en cuanto lleguen —concluyó Zoro.

—No —respondió inmediatamente Nami—. No podemos volver al Sunny.

—¿Eh? ¿Por qué no?

—Porque si nos llegan a seguir, encontrarían el Sunny, y no dudarían en atacarlo. No quiero poner la vida de mis nakamas en peligro, quiero que disfruten del festival —prosiguió la chica—. Lo mejor será buscar una cueva o cualquier sitio para refugiarnos.

El peliverde iba a protestarle, pero sabía que aquello iba a ser totalmente inútil. Conocía a la navegante lo suficiente como para saber que no cedería bajo ningún concepto.

El chico se limitó a suspirar, se separó de la chica y se puso en pie.

—¿Vamos? —Zoro le tendió una mano a la contraria para ayudarla a levantarse.

Nami se la cogió, olvidándose por completo que antes se había hecho daño en el tobillo, y fue a caer, pero el espadachín fue más rápido y la cogió de la cintura antes de que pudiese tocar el suelo.

Sus miradas se encontraron durante unos segundos, ambos estáticos, hasta que la chica decidio romper el silencio.

—Creo que me he torcido el tobillo, antes en la pelea.

—¿Como en Arabasta? —el peliverde enarcó las cejas divertido, recordando la insistencia de la chica en el desierto para que la llevase a cuestas, justificando que no podía caminar, cosa que resultó ser mentira.

—Idiota —dijo la navegante mientras el espadachín la cogía al estilo princesa.

—Bruja —contestó el espadachín con una pequeña sonrisa, emprendiendo el camino hacia algun refugio donde pasar la noche.

Tras una larga caminata, por fin divisaron una cueva, no muy profunda y en la que no había nadie.

Zoro bajó la cabeza para avisar a la chica de que ya habían llegado, pero ésta se había quedado dormida plácidamemte entre sus brazos, con su cabeza depositada en su pecho.

El espadachín decidio no despertarla, la pelinaranja lo había pasado mal en las últimas horas, y ahora mismo sabía que necesitaba descansar.

El peliverde dejó a Nami en el suelo, con cuidado de no despertarla, y se sentó a su lado, con la espalda apoyada en la rocosa pared de la cueva.

Enamorado de una brujaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora