Capítulo 6

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En cuanto llegaron al festival, fueron envueltos por los olores de las distintas comidas, por las luces brillantes de los farolillos que daban la sensación de que era de día, y por la gente alegre y emocionada que abundaban las calles. Ahora entendían por que aquel pueblo era tan famosa por sus festivales.

Zoro y Nami estaban fascinados, nunca habían visto algo así de bonito. Observaban con admiración todos los puestecillos que había, las personas, y de vez en cuando, compartían alguna que otra mirada fugaz acompañada de una pequeña sonrisa. Y Luffy iba acercándose a cada puestecillo de comida que veía, queriendo probar todo, cosa que hacía que tanto el espadachín como la navegante lo regañasen, era como ir con un niño pequeño.

—¡Nami! ¡Dame dinero para comprar comida! —rogaba el moreno mientras hacia pucheros, intentando conmover a la pelinaranja de su “desgracia”, pero todo era vano.

—Ya te he dicho que no —replicó la chica—, no hay dinero para que compres comida en todos lados. Haberlo pensado antes de gastarte tu parte en lo primero que has visto.

El capitán se cruzó de brazos y se puso de morros ante la negativa de darle más dinero.

—Oye Luffy —intervino Zoro, señalando al horizonte—, ¿aquellos no son los demás?

—¿Eh? ¿Dónde?

Tanto el chico mencionado como Nami se giraron para ver donde estaban. El espadachín aprovechó la distracción para coger la mano de la chica y empezar a correr, alejándose del moreno.

Tras haber estado corriendo durante un rato, se pararon, pero no soltaron sus manos.

—¿Crees que está bien haberlo dejado solo? —preguntó la pelinaranja, algo preocupada por su nakama. Había entendido el plan del peliverde, pero no podía evitar sentirse mal por el chico.

—Tranquila, sabe cuidarse solo. Ahora —empezó a caminar nuevamente junto a Nami—, nos toca disfrutar a nosotros.

Ella sonrió y asintió con la cabeza, por fin podría estar a solas con Zoro. De vez en cuando se iban parando en algunos puestecillos, para ver qué es lo que había.

Varias miradas se posaban ante ellos, seguramente los reconocerían por los carteles de recompensas, y eso, a la navegante no le gustaba mucho. Sí, le gustaba que la mirasen por lo guapa que era, pero aquello no le daba buena espina.

—Zoro —llamó susurrando al chico.

—¿Mmh?

—Hay mucha gente mirándonos —su mano apretó con un poco más de fuerza la del chico.

—Eso es porque estás muy guapa —en el rostro del espadachín se le formó una sonrisa mientras miraba a su acompañante y le acariciaba la mano suavemente con el pulgar, buscando tranquilizarla.

Recorrieron varias calles más, hasta que dieron con un puestecillo que llamó la atención del espadachín: una caseta de disparo. Quizá no fuese igual de bueno que Usopp, pero no tenía mala puntería.

—Vamos a probar allí —señaló con su mano libre dicha caseta.

—¿Una caseta de disparo? —preguntó la chica con curiosidad, no se había esperado que Zoro le dijese de ir a una.

El espadachín asintió y ambos se acercaron a la caseta.

—¿Hay algun peluche que te guste? —preguntó el chico mientras el propietario preparaba los dardos y se los daba.

Nami empezó a mirar los premios, hasta que se fijó en un pequeño tigre verde, que indudablemente le recordaba al espadachín.

—Ese —contestó Nami con una sonrisa, señalando el peluche.

Enamorado de una brujaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora