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—Michel —susurré al ver la horrible escena frente a mí.

Mi guardaespaldas estaba tirado en el suelo, con la mirada perdida, pidiendo clemencia a su atacante, de la extremidad que le acababan de arrancar brotaba sangre sin control dejando un charco rojo en el suelo, era repugnante.

Su agresor no se despegaba de su cuello, me sorprendí al notar que era una mujer.

«Bien, podré con ella» —pensé.

Pero era un insolente, esa tía había logrado cortarle el brazo a un hombre que le doblaba en peso y tamaño y probablemente se lo estaba comiendo, debía pensar algo que no conllevara enfrentarme cara a cara.

Busqué a mi alrededor algún arma, un palo o algún objeto filoso que pudiera tirarle, pero lo único que había en el callejón eran bolsas de basura.

—Tom... corre —el susurro de Michel me puso los pelos de punta.

Lo peor que pudo haber hecho fue desperdiciar su último aliento en querer que huyera de la escena. Sostuve el aire mientras miraba con los ojos abiertos como la mujer se levantaba, doblaba el brazo derecho y con un solo movimiento lo estiro con tanta rapidez que terminó decapitando a la persona que desde mis quince años había velado por la seguridad de la banda. Su cabeza cayó con un sonido seco y viscoso para después rodar unos centímetros.

La bilis me subió por toda la garganta al momento en que los ojos sin vida de Michel quedaron en tal posición que parecía que me estaba mirando, apoyé las manos en la pared expulsando todo el vómito, por un momento creí que iba a desmayarme. Cuando ya no me quedaba más nada que soltar caí al suelo, agotado por el esfuerzo hecho. Sudaba a mares y veía borroso, mi cerebro no quería asimilar que Michel había muerto delante de mis narices, estaba en una especie de schok.

Sentí una presión en el cuello, parpadeo varias veces para poder ver con claridad y lo primero que consigo mirar son dos ojos similares a la rara luna de sangre que me observan con odio.

Trato de apartar sus manos, pero la fuerza sobrehumana que desprenden no me lo permite. Lentamente va alzándome sin ningún esfuerzo hasta que quedo de pie. Con un brusco movimiento me estampa contra la pared logrando que mi espalda cruja y se me escape un gemido de dolor.

—Te has condenado niñato —su voz no parecía humana, era muy grave para ser una chica que aparentaba diecisiete años.

En aquel momento me percaté de que era la misma muchacha de hace tan solo 20 minutos, aquella con el vestido gótico, que ahora estaba cubierto de sangre.

Intentando desprenderme de su agarre le arañaba los brazos dejándole nítidas franjas rosadas en su pálida piel, pero era imposible ¿qué era ella?

Como si hubiera leído mi mente dibujó una sonrisa ladeada dejándome ver dos filosos y perfectamente blancos colmillos que desprendían sangre, en realidad toda su boca estaba cubierta de sangre, sangre de Michel. Contuve una arqueada.

—Me vomitas encima y haré tu muerte más dolorosa —dijo comenzando a hacer más presión en mi cuello.

Podía respirar, pero me era muy difícil.

—Suéltame —logré decir con dificultad.

Al escucharme bufó.

—¿Por qué todos dicen lo mismo?

Se llevó a la cara una de las manos que me tenía agarrado quitando la sangre que le chorreaba por la boca, dejando un rastro horizontal casi imperceptible que le daba un toque más macabro.

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