MIYA ATSUMU & OSAMU

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El sonido del balón chocando violentamente contra el suelo del gimnasio, hacía resonar en todo el sitio. Los gemelos Miya parecían ser quienes se tomaban más en serio la práctica, sorprendiendo al resto del equipo por sus expresiones serias y, al parecer decaídas.

Rintarō observó a su capitán, alzando una ceja extrañado del comportamiento de los muchachos, mientras que el albino soltaba un suspiro y le daba una señal para que fuera adónde él. Estando afuera del gimnasio, Kita se volteó para ver al castaño.

─Aunque fuera su cumpleaños, ellos lo detestan ─la mirada de Shinsuke bajó al suelo tan rápido como vio a Suna, preocupando un poco al susodicho.

─¿Hay alguna razón en particular para que Atsumu y Osamu no reaccionaran al recibir un feliz cumpleaños? ─el muchacho no podía captar con certeza el porqué ellos lucían como si desearan morir en ese día especial.

─Bueno... ─la cara de Kita radicalmente cambió, mostrando una clara tristeza de contar el origen del odio que los gemelos le tenían a su cumpleaños.

Había pasado mucho desde lo sucedido, ellos habrían de tener unos siete años desde entonces. Una pequeña niña se acercó a ambos por mera curiosidad, observando como peleaban por un balón.

Sus risas podían oírse muy claramente a pesar de que se ocultaba detrás de la cerca que dividía ambas casas, sorprendiendo a los hermanos. (N) Hazuki se presentó en frente de Atsumu y Osamu como su nueva vecina, y a quien enseguida le tomaron mucho cariño.

Era imposible que ellos pelearan cuando la niña estaba a su lado, separándolos en las discusiones, curando sus heridas e incluso felicitándolos por cada uno de sus logros. (N) era un complemento de los gemelos, al que no sabían que perderían en tan poco tiempo.

El 5 de octubre cumplían sus nueve años, y Hazuki era la primera persona que estaría justo antes de las doce de la noche para ir a saludarlos. Planeó todo desde el principio, incluso preparando los obsequios de ellos sin la necesidad de acudir al dinero de sus padres. Había puesto todo su empeño en sus dos seres más amados del mundo.

Y, aunque se mudara hace unos meses atrás por la renta de su antigua casa, eso no quitaba el hecho de que pudiera ir a visitarlos todos los días. Cuando se anunció las once con cuarenta y cinco de la noche, se preparó para adentrarse al hogar de los Miya, llevando consigo el regalo que tanto amor le puso para conseguirlo.

Sus pasitos en la acera de la vereda sonaban suavemente, con una sonrisa iba apresurada en llegar. Cruzaba el largo camino sin fijarse de que un auto estaría pasando a esas horas, chocando la justo antes de que pusiera un pie sobre el otro lado de su destino. Justo en frente de la casa de sus mejores amigos.

El sonido fue tan desgarrador, que asustó y alertó a la familia Miya, levantándose de la comodidad de sus camas antes de apreciar tal tragedia.
Tanto Atsumu como Osamu quedaron traumados por la escena que contemplaban sus ojos, ignorando los pedidos de su madre para que no vena el cadáver de (N).

Lo último que lograron conservar, fueron viejos recuerdos y el balón de voleibol antiguo que fue un obsequio de ella para ellos.

Actualmente, se dirigían hacia la lápida donde el nombre de aquella pequeña estaba escrito, y en donde apenas podían recordar la sonrisa tan amable y llena de vida que tenía justo en el momento que se conocieron.

Estaban rotos por dentro, pero sabían que a Hazuki le molestaría que ambos no persiguieran aquellos sueños que aún tenían por delante, y por eso no iban a darse por vencidos tan fácilmente.

Fue una promesa.

ᝬ 🏐 𖠵 ѕϲєиαяιοѕ | нαικγυυDonde viven las historias. Descúbrelo ahora