Capítulo 33

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Ámbar

Sonreí mirando a Oliver.
Se notaba que estaba enamorado al igual que Alexander, era desagradable de ver porque cada tanto se miraban de forma distinta pero no lo decía en voz alta porque no quería ser igual a Katherine.

—¿Cómo? No te escuché—pregunté y asintió.

—¿Cómo... cómo conociste a Mía?

Ah
Es tan simple Oliver.

—¿Cómo la conocí? Bueno... em...

¿Cómo contar la historia sin meter el error de Alexader?

(hace más de cuatro años)

Suspiré aburrida en el lobby del hotel pequeño de mi abuelo.

Era el único lugar donde podía estar tranquila, el abuelo no dejaba entrar a mamá en este establecimiento.

Suspiré otra vez.
Hacía calor y la tarea de matemática me estaba rompiendo la cabeza.

—Mmm ¿hola?—la voz de una niña llegó a mis oídos y alcé mi vista.

Sus zapatos negros de charol brillaban y su vestimenta cuadrille llamaban la atención.

—Hola ¿qué necesita?—pregunté amable como me enseñó mi abuelo.

—Hola—una mujer mediana de pelo negro y con bucles habló—¿Tienen habitaciones disponibles?

Nunca la había visto así que supongo que no es de aquí.

Da miedo.

—Sí—confirme—¿Cuánto desean quedarse? Hay promoción por el ver--

—¿Una niña se puede quedar sola?—la pregunta de la mujer me sorprendió.

Claro que no.

—No, necesita un adulto responsable a su lado—la niña sonrió triunfadora.

Era pequeña de altura, más que yo.

—Te lo dije, Katherine—habló sonriendo.

—Callate Mía, llamaré a tu madre si sigues molestando—alcé mis cejas por como se trataban.

Así que no son madre e hija...

>¿Si te doy dinero? Si es por su seguridad, ella sabe cuidarse—negué con la cabeza nerviosa.

—Lo siento señora pero va contra las reglas.

—Mierda—musitó—Quédate aquí que llamaré a Alister.

—Claro—mordí mi labio nerviosa.

—¿Quiere sentarse?—salí detrás de escritorio y le ofrecí una silla que había por ahí.

—No gracias, lo último que necesito es que se manche mi ropa—me miró de arriba hacia abajo y fruncí mi ceñao.

>¿Por qué los pueblos son tan... como, no sé, el campo? Sucio con humedad.

—¿Cómo?—pregunté descolocada.

—Nada, Katherine me escuchará y me matará. Odia mi personalidad—murmuró por lo bajo.

—¿Eres de la ciudad, no?—asintió sin dirigirme la mirada—¿A qué vienes aquí?

—A visitar a una persona.

—Bien, problema resuelto—la señora que no daba más de 30 años llegó sonriendo con malicia.

—Mierda—murmuró la niña.

Alexander (Gay)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora