Lluvia, café y una noche que no acaba bien

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Bien, esto es bastante incómodo. Aquí estoy yo sujetando mi café sobre las rodillas con ambas manos, sentado en el coche del hijo del presidente de mi empresa el cual pretende dejarme mal frente a mis superiores con tal de sobresalir él.
Una llovizna fina empieza a mojar las calles rompiendo el silencio entre nosotros.
—¿Dónde vives? —pregunta Taehyung sin quitar la vista de la carretera.
—No muy lejos. Pasada la avenida, después del puente.
—¿Al otro lado del río? ¿En Seongsu-dong?

Yo asiento con un tristr 'hum'.

—No te hacía en un barrio así.
—¿Así cómo?
—Aunque pensándolo bien, su estilo ecléctico te pega mucho.
—No es cierto —digo, recolocándome el cuello de la gabardina.

Él se ríe y mueve la cabeza de un lado al otro como dándome por un caso perdido.

Le guío a través de las calles oscuras tratando de no fijarme en sus gestos al conducir. Lo hace como si fuera instintivo, dando pequeñas ojeadas a los retrovisores sin descuidar la conversación, deslizando los dedos hacia los intermitentes como si todo el cuadro de mandos fuese una extensión de su propio cuerpo.
Joder.
Yo no me fijo en esas cosas.
Quiero decir, yo no me fijo en los hombres haciendo esas cosas.
Pero Kim tiene unos ojos redondos, muy abiertos, y unas manos finas que se mueven con demasiada seguridad.
'No solo sobre la palanca de cambios', recuerdo, rememorando su affair en el baño con la chica de esta mañana.

El coche da un frenazo brusco e inesperado justo cuando me estaba desabrochado —acalorado por mis propios pensamientos—los botones del abrigo y el café, esta vez sí, cae entero sobre mí.

—Oh, vaya... El semáforo cambió... —se excusa, con una voz grave muy poco convincente.
—Es igual —refunfuño—. Es aquí mismo.

Me bajo del coche sin dar las gracias, con el abrigo hecho un asco y la cabeza revuelta. Encaro las escaleras que suben hasta mi apartamento y Kim aún sigue ahí, con su flamante coche iluminando las aceras.

—Adiós, ya te puedes ir. Gracias, supongo —grito mientras el agua cala en mi cabello.
—¡No! Sube, idiota.
—No es necesario que esperes a que entre.
—Claro que sí. Podrían atracarte y con lo enclenque que eres no sabrías defenderte.
—Nadie va a atracarme —me indigno—. Márchate.
—No, hasta que no estés dentro de tu casa.

Es un auténtico fastidio de persona. Conozco a la gente como él. Quiere quedar bien conmigo para que me relaje, para que piense que no es tan despreciable y así baje la guardia. Pues va listo si cree que ese truco va a servirle conmigo.
Subo cada peldaño con resquemor, y me planto frente a la puerta del apartamento sin volverme. Sé que está ahí. El motor del coche ruge y las luces se reflejan en los cristales del edificio. Y entonces me doy cuenta.

—Maldita sea.
—¡¿Todo bien?!

No, joder. Nada ha salido bien desde esta mañana.

—¿Jung? ¿Qué pasa? ¿Por qué no entras?

Lo ignoro. Saco el móvil del bolsillo y llamo a Yoons. Un tono, dos, tres, siete...
Maldita. Sea.

—¡¿Jung?! ¿Te has dejado las llaves?

Me vuelvo hacia él con el pelo chorreando y el abrigo manchado y supongo que mi cara debe de ser lo suficientemente cómica porque él se echa a reír y sus carcajadas llegan hasta mis oídos para humillarme tras cada nota.

—Vale, sí, me las he dejado —digo, volviendo sobre mis pasos.
—¿Te llevo a otro sitio?
—No, esperaré aquí hasta que regrese Yoons.
—Fue a Itaewon con los chicos. Podría tardar horas.
—Supongo.
—Jung, está lloviendo. —El seguro de la puerta del copiloto suena y la puerta se abre sola—. Sube. Puedes quedarte en mi casa esta noche.

Todo era oscuro (hasta que llegaste tú) / VhopeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora