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-quién diría que, Horacio Pérez, tendría comiendo al comisario de su mano.
Ladeé de forma leve mi rostro en dirección a su cuerpo, confundido por el tono de su voz, pero luego de ver su burlona sonrisa, volví mis ojos hacia mi punto inicial, estaba jugando. Acaricié de forma leve mis cabellos, para poder enderezarlos y así formar la cresta que tanto amaba, prefería darle más tiempo a mi cuidado personal que a sus tonterías de niño pequeño.
-ojalá -me sinceré mientras agarraba el fijador para el pelo que tenía en su baño, esparciendo lo más que podía en mis hebras azules, todo eso para que durase más mi peinado-, pero no está ni un sólo pelo puesto por mi.
Miré mi reflejo en el espejo, un tanto decaído por mi reciente confesión. ¿Qué tan difícil era para él, fijarse en algo de mi?, tampoco pedía que se enamorara o algo, pero no entendía el odio acumulado que sentía por mi, si en todo momento que podía estaba con él, hacia mi trabajo, ¡todo!, y tampoco era perfecto para caerle bien a muchas personas, pero, ¿por qué tuvo que ser justamente él?
Sentí la postura de mis cabellos moverse hacia abajo, y cuando ya los sentía casi pegados a mi cabeza, me di cuenta que gustabo había aprovechado mis segundos de vacío para colocarme el pasamontañas de Dan.
Ahí recordé, lo mucho que le gustaba este personaje.
-si sigues escondiéndote en una sola de tus caras, nunca progresarás -llevó sus manos hacia mis hombros, acercando sus labios levemente a mi cuello descubierto-, anda horacio, muéstrale tu interior, no sólo tú máscara que te hace ver feliz y trabajador, estoy seguro que también le gustará tu parte sensible y amorosa.
Sonreí tras sus palabras, aunque no fuese del todo cariñoso, sino más "brusco", buscaba algo con lo que hacerme feliz.
-¿era necesario lo del pasamontañas para tu discurso? -asintió con una enorme sonrisa ante mi pregunta, yo correspondí su emoción, acomodando mi máscara, un poco más feliz. -venga, vamos a trabajar.
