6. El Capitolio.

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Una tierra sagrada.

Determinada ubicación geográfica no podía obtener dicho nombre sólo porque sí.

Había ciertos requisitos dentro del orden natural para que un lugar adquiriera el título, o por lo menos fuera conocida como tal.

Y el lugar en donde se encontraba ubicado el tiránico capitolio, cumplía con todos ellos.

Aunque lo de tiránico, no era precisamente conocido por nadie dentro de los pobladores nacidos en dicho lugar. Únicamente aquellos que vivían bajo el yugo de sus gobernantes, eran quienes consideraban a sus habitantes como usurpadores de su lugar más sagrado.

Siglos atrás alguien pudo haberse levantado contra eso. Evitar, de una u otra forma, que las generaciones venideras que se asentaron en los territorios de lo que antes era un santuario, llegaran a considerarse dueños de la tierra donde habitaban.

Siendo que sus antepasados, se encargaron de inculcar en ellos los ideales que los catalogaban como superiores a quienes tenían bajo su talón.

La gente de los distritos tiene que recuperar su camino recto. Les decían.

Hace muchos años, fueron corrompidos por costumbres y enseñanzas paganas que solo buscaban someter con sus retorcidos métodos al resto de la humanidad. Contaban.

Cuando llegamos a esta tierra, estaba plagada de paganismo que solo el Santo sabe de dónde vino. Movían a voluntad a la madre naturaleza. Tomaron para sí algo que debería tomar su curso natural en el ciclo de la vida. Hablaban con seguridad.

De boca en boca, las barbaridades de lo que hicieron los antepasados de los habitantes de los distritos, era lo que escuchaban todos los niños que nacieron después de la caída del imperio. Aquellos infantes que veían impresionados como el conocimiento que había venido de tierras lejanas solo los hizo más ambiciosos y destructivos para la humanidad.

El ego que causa poder controlar los elementos los llevará a querer más cada día de sus existencias, por eso deben ser erradicados. Pensaban ingenuamente.

Dicha erradicación era imposible. No sin cometer genocidio. Que podría atraer atención innecesaria.

Y quienes fueron los pioneros en la caída de los distritos, querían evitar a toda costa que sus generaciones venideras sintieran algún tipo de compasión por aquellos a los que les habían arrebatado su forma de vida.

La compasión o cualquier tipo de clemencia o empatía, provocaría que tarde o temprano quisieran abogar a favor de ellos.

Son descendientes de una raza corrompida por demonios. Fue con lo que crecieron en su lugar.

Nadie lo cuestionó, nadie se opuso.

Ignorantes aquellos que se vieron envueltos en mentiras, desconocían que aun al sol de hoy, había entre ellos quienes sabían la verdad del asunto.

Y el principal autor de toda esa red de embustes. El presidente del capitolio Urami Senso.

Un hombre al que muy pocos veían. Y aún menos quienes habían hablado con él. Por motivos que le eran desconocidos a sus pobladores, el presidente Urami no se presentaba en público jamás. Todos sabían que su portavoz era su secretario en turno, un puesto que requería un nuevo ocupante cada cierto tiempo. Unos años más, unos años menos. El presidente cambiaba de asistente y nadie sabía qué pasaba con la persona que ocupó antes el puesto.

Únicamente había tenido una persona que duró aproximadamente treinta años en el puesto, y no era precisamente porque fuera eficiente.

La edad no era amable con la apariencia de las mujeres.

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