❥ ❝𝓒𝓪𝓹𝓲𝓽𝓾𝓵𝓸 𝓷𝓾𝓮𝓿𝓮❞

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ULTIMA PARTE

❥ ❝ de enfrentamientos, decisiones, citas y nuevos comienzos❞

Sus pies pisaban las hojas, ambos jadeaban en busca de aire, pero no podían detenerse. Ella venía detrás de ellos y si se detenían a recuperar el aliento probablemente sea el último que tengan en su vida.

Cuando era pequeño le parecía una gran idea tener un inmenso patio, ya que lo podía explorar y podía perderse, aunque sea unas horas de su familia, amaba estar solo con sus libros. Pero ahora en esos momentos tener un patio inmenso ya no era para ponerse a leer, las largas horas empleadas en explorar los alrededores de su casa era lo que los estaba salvando.

— ¡Apúrate! —gritó el pelinegro jalando más el cuerpo del castaño para que aumentara la velocidad.

— Creo que es un mal momento para decir que hace mucho que no entreno ¿no? 

Viendo al fin un lugar seguro, el decidió ignorar el comentario. Arrastró al chico hacia la pequeña cueva y le indico que guardara silencio. Ambos sentían los vellos de la nuca erizados por el sonido de las pisadas cercanas.

— Sabes perfectamente que acá no hay salida, hermanito —se podía oír la terrorífica voz de esa cosa — Hagamos un trato, no te haré daño, siempre y cuando me des al chico. Es un trato justo ¿no crees?

— Escúchame, si querés vivir tenés que hacer todo lo que te diga, ¿entendiste? —murmuró el azabache con seriedad, algo andaba mal -bueno, además de todo lo que estaba pasando- Matías no sentía confianza al ver la mirada de Enzo.

Y menos la sintió cuando de su boca salió la palabra corré.

Todo pasó tan rápido, en un segundo estaba tomando la mano del mayor, pero este la suelta y empieza a correr lejos de él, precisamente a la dirección donde esa cosa estaba de espaldas. La mente le decía que corriera a otro lado, pero su corazón le gritaba todo lo contrario. 

Todo parecía estar perdido, porque en un segundo el monstruo había agarrado del cuello a Enzo hasta que sus pies no tocaron el suelo. Las manos blanquecinas luchando por salir del agarre que le estaba cortando la respiración.

— ¿Ya me lo darás, cielo? —volvió a preguntar, pero su agarre se volvió más firme. La falta de oxígeno en su cerebro le comenzaba a pasar factura.

— ¡Ve-vete al in-in-fierno! —seguido de esto, él le escupió en el rostro.

— ¿De dónde crees que vengo, niño? —una carcajada sonora retumbó, y un estruendo cortó la misma risa, la criatura soltó el cuello que sostenía con firmeza, haciendo que el pelinegro cayera al suelo jadeando en busca de aire.

Ella cayó al suelo desorientada, y al mismo tiempo Matías corría hacia el mayor. En sus manos yacía una piedra manchada de sangre a causa del golpe que le dió a la criatura.

— Son muy pelotudos si creen que una piedra me matará —dijo mientras se incorporaba lentamente, el castaño protegió con su cuerpo al pelinegro, ambos viendo como esa cosa se acercaba nuevamente.

Hasta que una voz masculina resonó adelante de ellos — Quizá una piedra no, pero qué tal si probamos con algo más grande —esto logró que la cosa se volteara y una tras otra las balas impactaron en su cuerpo. Se podría apreciar el sonido de la metralleta y el cartucho vaciándose.

Para al final ver un cuerpo inerte en el suelo.

Adam Vogrincic miró con los ojos llorosos lo que él mismo había creado, y sintió unas inmensas ganas de meterse una de esas balas en medio de la frente cuando vio a su hijo escondido en los brazos de su compañero, mientras lloraba desconsolado. Además de que se podían observar arañazos en su rostro y marcas de dedos en su cuello, revelando lo caótico que fue el momento.

— Hay que irse de acá, chicos —Matías le asintió al hombre. Con cuidado ayudó a Enzo a intentar caminar, ya que seguía algo conmocionado, y así fue como pudieron seguir al señor.

Llegaron al frente de la casa, todas las luces estaban prendidas, pero lo único que hizo el hombre fue abrir la puerta trasera de su auto y dejar que ambos adolescentes entraran. Adam le dio una última mirada al lugar donde estaba su hogar, su esposa, su hija... Ya no estaban, ahora solo tenía a Enzo.

Siempre estuvo solamente Enzo, y él fue tan ciego y egoísta al poner delante su dolor por sobre su hijo, el único hijo que lo necesitaba. Pero ya no más. Arreglaría sus errores, no para obtener un perdón, sino porque era lo justo, era lo que Enzo merecía.

Muchos años vivió por un fantasma al cual se dedicaba a obedecer, era momento de comenzar a vivir por su hijo. Suspirando, subió al auto y dándole una última mirada a su hijo -el cual yacía dormido en brazos del castaño- emprendió el camino fuera de la pesadilla.

[....]

Aún queda el epilogo gente
-kam

D o ll h o u s e  ❥  Matienzo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora