❥ ❝𝓒𝓪𝓹𝓲𝓽𝓾𝓵𝓸 𝓼𝓮𝓲𝓼❞

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—Listo terminamos —dejando caer el lápiz contra la madera, Matías sonrió al ver el proyecto terminado.

Al parecer dejar el tema de lado les ayudo bastante para que pudieran terminar el trabajo antes de que fueran las seis.

—Tenés que irte —un sentimiento de incomodidad se instaló en su estómago al ver como el pelinegro miraba por la ventana.

Por alguna extraña razón no deseaba irse, es decir, esa casa lo tenía temblando del susto... Pero Enzo lucía extraño, el solo pensar en dejarlo aquí lo llenaba de preocupación y no entendía el porqué.

Suspiró acercándose al pelinegro, y a tan solo centímetros suyos la cabeza contraria se volvió y ambos se quedaron estáticos al ver el poco espacio personal que separaba sus rostros.

La verdad es que Matías no era nada nuevo en cuanto a acercamientos se refería, si bien solo podía decir que había tenido una relación estable con una universitaria llamada Malena. Lo que para él era la belleza, en ese momento lo estaba cuestionando.

Enzo era inusual, sus pequeños ojos abiertos en demasía al ver la proximidad de su rostro, su grande y "fea" nariz según los estándares de belleza de la sociedad, además de colorada por el frío, sus labios gruesos y brillosos debido a su tic nervioso al estarlos lamiendo con frecuencia, su blanca piel de porcelana.

No lo negaba, Enzo era hermoso, su aura desdeñosa y huraña quizás quitaba un poco el atractivo, pero ahora al verlo colorado ante su cercanía le importaba muy poco su lenguaje inteligente y mezquino.

Sus pensamientos estaban repartidos en un millón de preguntas desde ¿qué tan suaves se sentirán sus labios? a ¿cómo se sentirá escucharlo respirar? Era un pervertido. Después de todo se juntaba con Blas y el ruloso era toda un virgen experimentado en cuanto a la pornografía se tratase.

—Estás muy cerca —murmuró el azabache aun manteniendo su rubor.

—¿Por qué nunca me di cuenta lo lindo que sos, Vogrincic? —en definitiva, el pelinegro le había puesto algo a su jugo, si no era así, no entendía la razón por la que estaba diciendo tantas tonterías que si bien, eran ciertas, no tenían que ser dichas en voz alta.

—¿Te estás burlando de mí?

—Nunca te he visto con una chica... Ni siquiera con un chico y no me creo eso de que odias tanto a la humanidad que sos asexual, son boludeces.

—¿A sí? —ironizó intercalando su mirada de sus ojos a sus labios —Y según vos, ¿qué soy?

—No sé —negó lentamente posando su mano en la mejilla del contrario para acariciarla —pero me gustaría averiguarlo.

Finn observó como los ojos color castaños se cerraban poco a poco, ese rostro acercándose cada vez más a su persona, no era tonto, sabía lo que sucedería si no paraba todo. Pero por alguna extraña razón no deseaba parar a Matías. No admitiría que deseaba resolver esa duda de cuál era su orientación sexual, no tenía nada en contra de los homosexuales y si pertenecía a ellos tampoco le afectaría, pero no estaba cien por ciento seguro si el que sus labios picaran en anticipación a la acción de Matías fuera solo por sus dudas.

Matías lo sintió, una suavidad que ni en un millón de años sería capaz de encontrar una comparación. Los labios de su compañero eran suaves, gruesos y sabían a naranja.

Deseando más contacto se atrevió a mover sus labios para profundizar el beso, pero antes de que Enzo respondiera, un fuerte estallido hizo que ambos se separaran.

Ambos pares de ojos fueron a dar a la ventana en la cual el agua golpeaba brutalmente el vidrio. Los orbes del pelinegro se abrieron con terror escrito en ellos, miró al chico que aún seguía observando extrañado la ventana y a la velocidad de un rayo guardó todo aquello que era de Matías en su mochila.

—¿Qué hacés? —preguntó confundida el castaño, pero Enzo no se detuvo, ni bien la mochila estuvo con todo lo de su propietario, se la tiró y tomando su mano lo empujó fuera de la habitación  —¡Esperá! si esto es por lo de antes. Yo solo...

—Esto no tiene nada que ver con eso, pero te tenés que ir ¡Ya! ¡Ahora! —masculló entre dientes mientras bajaban las escaleras a toda velocidad —¡Jota, Jota! ¿Dónde estás? No, no, no, no esto no puede estar pasando —repitió una y otra vez el azabache confundiendo al castaña, sus pies iban de ventana en ventana mirando el diluvio que se había soltado justo en ese momento.

Matías casi ríe histérico al ver la mala suerte que le rodeaba. Igual no encontraba una razón justificable a la actitud de Enzo, después de todo se iría con su chófer en auto, no caminando. No había problema.

Justo cuando las cosas no se podían poner más raras, al abrir la puerta que conducía a la cocina ambos adolescentes se toparon con la progenitora del más alto. Su sonrisa perturbadora y en su mano un plumero.

—Oh cielo, por lo visto no les dijo Jota —la cabeza del chico fue de un lado al otro, no deseando escuchar nada de lo que su madre diga—...la tormenta cerró los caminos. El auto no puede pasar... tu amigo no podrá irse, tendrá que quedarse esta noche.

—¡Qué no mamá! Matías tiene que irse ¿No podés decirle a papá que lo lleve? —la mujer miró pasible a su hijo y con gesto lastimero negó—¡Al menos inténtalo, no solo saques conclusiones!

—Oh Enzito, que poco sensible sos, ¿cómo decís esas cosas delante de tu amigo?, ¿qué pensará de nosotros? ¿qué pensará de vos? Pensará que no quieres que se quede en casa esta noche para estar a salvo.

El mayor apretó los puños hasta que quedaron blancos y se acercó más a la mujer, creyendo que sería imposible que el castaño pudiera escuchar más de la discusión.

Sabés perfectamente que este es el único lugar donde no estará a salvo.

Sin embargo, el pelinegro no contaba con el súper desarrollado oído que había adquirido el chico desde que pisó su casa, después de todo, los nervios y el miedo eran grandes aliados para permanecer alerta.

Una vez más desde que estaba ahí pudo ver a Enzo diferente. 

Su intuición siempre había dado pena, pero justo en esos momentos era lo único que le quedaba y su cabeza le gritaba que el azabache tenía toda la razón y que era el único sensato en ese lugar... Y lo confirmo al ver la sonrisa que le dio la mujer, depositando un beso en su frente y yéndose como si nada estuviera pasando.

—No podés quedarte acá.

—¿Por qué no? ¿Acaso te convertirás en ogro como Fiona cuando sea media noche? ¿O sea que de día sos uno y de noche otro o qué? — ironizó tratando de quitarle tensión al ambiente, pero fallando en el intento al ver como Enzo ponía los ojos en blanco.

—No tiene nada que ver con esa boludez, no te puedo explicar, pero por favor... Vete.

—¿Qué está pasando? —la pregunta salió tan rápido que no pudo detener su lengua. Algo olía mal y en definitiva no era el y su apestoso miedo—¿Qué le pasa a tu familia? por favor decime ¿qué está pasando? Porque me estoy asustando mucho y ya no es divertido Enzo.

—Ven, vamos —volviendo a tomar la mano de Matías lo arrastró escaleras arriba, pasando de largo todas las habitaciones hasta llegar a una puerta al final del pasillo.

[....]

D o ll h o u s e  ❥  Matienzo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora