❥ ❝𝓒𝓪𝓹𝓲𝓽𝓾𝓵𝓸 𝓬𝓲𝓷𝓬𝓸❞

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—Tengo que ir al baño —Matías se puso de pie esperando una reacción de su compañero, más está nunca llegó.

Solo recibió una mirada para ser ignorado nuevamente.

—Ve al del pasillo... Solo yo entro a mi baño.

Por supuesto ¿qué otra cosa puedo esperar de este chetito?, refunfuñó dando grandes y ruidosas zancadas para salir de la habitación. Una vez en el pasillo se permitió burlarse imitando la orden dada por el azabache hasta llegar a su destino.

Suspiró mientras limpiaba sus manos con el líquido viscoso que tenían por jabón. Sin color y sin olor, solo era una viscosidad transparente.

Tan aburrido, ¿por qué no me sorprende?

Observó por unos segundos todos los productos para el cuidado de la piel y las sales aromáticas que llenaban de color el lugar, desde olores normales como el coco o las rosas hasta llegar a los peculiares.

Maldito chico, maldito proyecto y maldito profesor que cree que necesitamos convivir más.

Podría pasarse el día maldiciendo a sus allegados. O podía pensar por una vez y hacer lo que siempre solía hacer, dejar que sus compañeros de equipo hicieran el proyecto y solo ser un nombre.

No sonaba mal.

Un canto lo hizo detenerse cuando se disponía a volver con su compañero. Era como si sus pies se hubieran atornillado al suelo y una fuerza lo incitara a averiguar de quién provenía esa voz.

El timbre era dulce, delicado, pero sonaba como si estuviera en otro idioma. Parecía una niña, una niña pequeña. Miró debajo de la puerta donde la luz del interior se filtraba.

El pánico lo invadió al recordar cuando Enzo le dijo que estaban solos en la casa. Ya que su madre se había ido al salón de belleza a hacerse reflejos y su padre estaba en su oficina.

¿Acaso Enzo era tan colgado como para no acordarse que había una nena en la casa? ¿Era acaso la nena de la fotografía?

No era tonto. Sabía que esos adultos eran los progenitores del pelinegro y la niñita sonriente seguramente su hermana.

Lentamente posó su mano en el picaporte, la voz sonando cada vez más fuerte y esta vez escuchando la melodía de una caja musical. Abrió dejando paso a la luz, llevando rápidamente su mano a sus ojos para protegerlos. Y ahí la vio.

Una silueta, una corta cabellera negra adornada con un moño y la pérdida de sonido.

El canto extraño se detuvo. Observó como la criatura sostenía un pincel mientras rellenaba de color un lienzo, parecía que pintaba unos leones pequeños. Sintió un nudo crecer en su garganta.

Dando un paso al frente y la madera cediendo ante su peso, vio como la niña se volvía en su dirección paulatinamente, se congeló al ver como el par de ojos se clavaban en el.

Se removió inquieto en su lugar, más no apartó la mirada. Nunca había sentido una mirada tan intensa, ni siquiera la de Enzo se comparaba. Si bien el mayor era atemorizante, sentía que era inofensivo, pero esa niña... había algo tenebroso escondido en la profundidad de esos ojos negros, en los cuales no había ningún tipo de brillo que indicara vida.

Alzó su mano con toda la lentitud digna de un caracol, a cada paso la madera rechinando y el sudor frío bajando por su nuca hasta perderse en su espalda.

Se sentía mareado, sus actos eran totalmente inconscientes y no sentía poder sobre su cuerpo ¿Qué mierda le estaba sucediendo?

Debería correr, gritar o incluso llorar, pero ahí estaba el... Acercándose cual polilla a la luz.

—¿Qué haces acá?

Su voz. Esa voz como si fuera el salvavidas que necesitaba para volver a la superficie. Con todas sus fuerzas obligó a su cuerpo a volverse al dueño de esa voz y pudo normalizar su respiración al ver el rostro de Enzo.

—Hay que salir —antes de que pudiera procesar lo que estaba pasando, la calidad de la mano del más alto arrulló su alma al sentir como era arrastrado fuera de la habitación —No volvás a venir a esta pieza, ¿me escuchaste?

¿Por qué no se quedaba callado? ¿Por qué no mejor seguía ignorante? Pero como es Matías Recalt, eso no sucedería.

—¡Mentiste! ¡Dijiste que no había nadie en la casa!

—¡¿De qué carajos estás hablando?!

—¡De la nena!

—¡¿Cuál nena?! —explotó dándole una mirada llena de frustración.

—¡La nena que está dentro de la habitación! —ni bien las palabras salieron de su boca, el color se fue del rostro de Enzo.

No supo si lo inquietó o lo tranquilizó ver como las palabras y la actitud de mierda del mayor se iban.

—Acá no hay nadie Matías —susurró el azabache mirando el suelo.

—Boludo, acabo de verla ¿Cómo podés decirme eso? —volvió a decir Matías tomando de la muñeca al contrario, al ver sus intenciones de irse e ignorar todo lo que acababa de suceder.

—Ya te dije que ahí no hay nada, si no me crees—su mirada se llenó de duda y algo más que el castaño no pudo identificar —... entonces yo mismo te enseñaré —saliendo del agarre y empujándolo para que saliera del camino, abrió la puerta donde el castaño presumía haber visto a la menor.

Su rosto se llenó de incredulidad al ver como Enzo ingresaba a la habitación la cual ahora estaba completamente vacía. La gran cama con vigas se encontraba perfectamente acomodada junto a varias hojas pintadas en un escritorio, el cual estaba al lado de un lienzo completamente blanco

La ventana estaba abierta de par en par logrando que las cortinas rosadas ondearan en el viento, y lo único que había en la habitación era la tenue fragancia a caramelo, pero nada más.

Observó al pelinegro cruzado de brazos en medio del cuarto. Sus manos subiendo y bajando lentamente de sus hombros, como si tratara de aliviar algo dándose apoyo él mismo.

—¿Ves que no hay nada? —volvió a decir para esta vez ir a la ventana y cerrarla. Dejando la habitación sumida en un silencio sepulcral.

Había algo en el ambiente que no le agradaba a Matías y comenzó a creer que estaba enloqueciendo al sentir las ganas de tomar la mano del chico y correr junto a él escaleras abajo para salir pitando de la casa. Algo no andaba bien.

Pero nuevamente se limitó a asentir y callar.

[....]

D o ll h o u s e  ❥  Matienzo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora