Capitulo dos.

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03:28 pm.
Hamburgo, Alemania.
Calle Hegereiterweg 17.




Voy en camino hacia la casa de la señora Wagner.

Después de salir del colegio caminé por unas calles muy concurridas observando a la gente que pasaba a mi lado, es aburrido.

Saco de mi mochila negra, que con el polvo se tornó de un gris en algunos lugares, un mp4 que me regaló Erika hace dos años en navidad, me lo dio con música que me gustaba pero la borré y la cambié tiempo después por que los gustos cambian. Rock y hip hop es lo que abunda en las carpetas de el aparatito con forma de prisma triangular.

En el camino paso por una librería pequeña, pero había muchos adolescentes comprando un libro que a lo que veo parece nuevo, me llama mucho la atención, pero no me acerco, todos ellos se miran tan contentos platicando con otros sobre el libro que siento envidia.

Maldito corazón.

Recuerdo cómo salía a caminar todas las tardes con ella y sonreía estúpidamente como aquellos muchachos de la librería, estaba enamorado de nuestra amistad, pero nada es para siempre. Siendo muy sincero, extrañaba sentarme a platicar de cómo me sentía, extrañaba llorar en su regazo mientras me decía que todo iba a estar bien y que ella nunca se iría...

Ella era mi todo, confié en ella como en nadie, escuchaba todas sus pláticas con atención, la abrazaba mientras lloraba, la consolaba por sus desastres, era una gran chica.

A mis 15 años la conocí, en una fiesta de mi amigo Adler el siempre hace fiestas por que su casa es grande y sus papás no están casi nunca,
la verdad siempre me pregunto cómo es que su papá lo deja hacer lo que quiera, gente rara.

Era una chica hermosa y de lindos sentimientos. Salí con ella por ocho meses hasta que se iba a mudar a Munich, es una ciudad a 790 km de Hamburgo así fue como comencé a trabajar en una cafetería para comprar boletos e ir a visitarla pero...
nada es para siempre.

¿Por qué te fuiste?

Mis ojos son llorosos, pero no, me prometí no volver a llorar por ella.
Mark es alguien fuerte.
Mark puede vivir sin el amor de su vida.

Y con todas las fuerzas me alejé de esa librería dejando atrás los pensamientos, y me enfoqué en llegar con la señora Wagner.

...

Toco una puerta de color beige y grabados cafés de flores en la madera, con la intención de que se escuche, puede que por la edad esté un poco sorda así que lo hago un poco más fuerte de lo habitual.

Ella abre aquella puerta y me mira tratando de reconocerme después de unos segundos de observarme, dijo con su dulce y chillona voz.

— Oh Mark, Mark Widmaan ¿verdad? — me preguntó a lo que yo asentí, acto seguido se movió de la puerta con su brazo estirado en señal de dejarme entrar.

Ella es exactamente como Erika la describió en alguna de sus pláticas al aire mientras cocinaba.

Sus ojos son de un color azul brillante, pero con un toque de blanco, por algún problema de la vista.

Viste una camiseta de mangas con estampado de pequeñas flores con cuello en v que dejaba ver este con pequeñas manchas por la edad y sus clavículas marcadas, también lleva puesto un pantalón de color beige que le queda cinco dedos por encima de los tobillos y unas pantuflas rosas con una flor bordada en cada una.

— Eres el hijo de Erika, ¿no es así? — me preguntó mientras pasaba sus manos huesudas por su cabello largo y completamente blanco.
— ¿Como te encuentras chico?

Oh no. Tranquilízate Mark, no te enojes.
Pero es que su mirada y su tono de lastima me hierve la sangre.

— Si, soy su hijo. - digo con fastidio casi pidiendo a gritos que se calle y se da cuenta así que cambia el tema hábilmente.

— ¿Vienes por el encargo de Erika?

No, por el encargo de su madre. — Así es señora Wagner, vengo por el encargo de Erika.

— Oh chico, no me llames señora llámame Agatha, sé que soy vieja pero no me gusta, sigue sin convencerme.- dice sonriéndome dulcemente, igual sigo un poco incomodo pero ella no me cae tan mal después de todo.

— Sí, no se preocupe. — me mira suspicaz y termino — Agatha.

Me sonríe amablemente y se aleja hacia un pequeño pasillo de su casa — Ahora vuelvo Mark, voy por tu encargo siéntate donde gustes. — me grita desde lejos.

Me quedo observando todo el lugar, estoy en la pequeña sala de su casa sentado en un sillón rosa con manchas de polvo y un estampado que parecen ser flores secas también con detalles dorados en las uniones de la tapicería, una sala acogedora.

Las paredes están tapizadas con un papel de color rosa palo con líneas de color beige que con el polvo se tornaron de un color mostaza. En la pared hay varias pinturas enmarcadas, todas son ovaladas y plasman casitas con atardeceres muy salpicadas de pintura, cerca de esa pared hay un mueble con una televisión antigua.

En medio de la habitación se encuentra una pequeña mesa vieja y gastada con un centro de cristal y sobre él muchos libros apilados, el cual uno de los últimos tiene una mancha notable de té y por toda la habitación muchas tazas pequeñas con decoraciones doradas y flores, hay unas en esa pequeña mesita, otras cuantas por el mueble del televisor y otras tantas por un librero empolvado de la derecha.

Pero algo llama mi atención, me levanto del pequeño sillón y tomo la única fotografía que había en el salón.

Está un poco escondida entre tantos libros, pero la tomé con curiosidad, con mis dedos traté de desempolvar el vidrio que la cubría y me dio un escalofrío el sentir el frío cristal sobre mis cálidas manos.

Es una foto en blanco y negro enmarcada, dicho marco tenía defines tallados en un material que creo que es plata, con este color, frío, duro y pesado. La fotografía es de dos jóvenes que se miraban muy contentos abrazados el uno del otro, deducía que la chica es la señora Agatha, pero ese hombre no sabía de quien se trataba.

— Qué haces con eso?, Mark.
Fue lo que escuché a lo lejos antes de que el cristal cayera al suelo seguido de muchos pedazos de este por todos lados.

— yo... lo siento mucho, solo lo vi y bueno me asustó. - mi voz salió de mi garganta con miedo entrecortado, temía que la señora Wagner se enojara.

— tranquilo chico, ni si quiera recordaba esa fotografía, cuidado no vayas a cortarte.

— Puedo limpiarlo.

— Oh, no te preocupes. Toma esto, ve a casa yo voy a limpiar esto - me entregó el pan y me guió a la puerta principal.

— Lo siento mucho y gracias.- dije muy apenado, compartiéndole una sonrisa torcida.

— De nada chico, salúdame a Erika.

Y cerró la puerta en mi cara, no se enojó, pero podía ver tristeza en su mirada ¿acaso?, no lo sé pero en verdad lo sentía mucho.

...

Tú no a mi.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora