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Siento que lo de mi esposa era algo más, especial. Pero no especial por el simple hecho de que fue la mujer que ame, sino que era diferente al resto de los casos. No solo falleció por una infección de nivel 4, había algo más en juego. Sustancias toxicas, enfermedad mental, no sabía bien qué, lo presentía. Era una corazonada.

Estuve mucho tiempo pensando en lo qué pudo ser, pasaron semanas, quizá meses. El teléfono fijo de la sala comenzó a sonar fuertemente. ¿Quien era? Decido acercarme para atender pero antes de hacerlo, esa voz volvió a hablarme y dijo algo que me paralizó:

-¿No será tu pasado?- Se escuchó con un tono de felicidad y enojo a la vez.

Entré en un episodio de recuerdos, como si en ese instante toda mi vida la hubiese visto en cinta de video de aproximadamente 5 segundos. Verán: yo crecí en La villa 31, sí, la villa más grande, peligrosa y "famosa" de todo Buenos Aires, Argentina. Como se podrán imaginar, lo vi todo. Desde bandas criminales que vendían droga, armas y otras cosas ilegales hasta niños de 12 años drogados y armados, disparando y robando. Créanme cuando les digo que no fue nada fácil vivir ahí. Afortunadamente he salido de ese infierno.

Los primeros siete años de mi vida allí estuvieron rodeados de disparos, criminales y sustancias tóxicas prohibidas que, por desgracia, acabaron con la corta vida de mi padre quién murió con apenas 24 años. En ese lugar vi gente pelear, disparar y hasta morir, vi gente robar, padres enseñándoles a sus hijos a dispar, menores armados robando en moto y miles de cosas más que pagaría lo que fuera por olvidarlas. Una noche fría de invierno hubo una guerra de bandas que terminó de traumarme por la violencia desatada. No recuerdo sus nombres pero sí los colores, verdes contra morados, fue una verdadera batalla campal, se escuchaban los disparos, explosiones de bombas, sirenas de patrulleros, helicópteros sobrevolando el lugar. Eran las dos de la madrugada, yo estaba tan asustado que escapé por la ventana de mi casa y corrí, sentía como las balas rozaban mi cuerpo. Seguí corriendo escuchando gritos de dolor de la gente, mis pies estaban lastimados por los casquillos de bala, piedras y vidrio producto de las explosiones. Me alejé tan rápido como pude hasta que la policía me atrapó, más bien diría, me salvó la vida. Escuchaba las sirenas de los policías, ambulancias y bomberos por el desastre que se había armado, los helicópteros pasaban en un convoy de tres: dos en los lados y uno al frente en el medio. Cuando llegué a la comisaría, el lugar era insonoro, no escuchaba ni siquiera el sonido del silencio, nada, la iluminación era tan baja que hacía que mis ojos ardan por el esfuerzo de querer ver, y las esposas lastimaba mis muñecas, la pintura de las paredes y el techo eran como un azul triste que transmitía un mensaje de:

"Arrepiéntete de lo que hiciste y habla".

No sé por qué me llevaron a ese lugar, siempre pensé que era un sótano, no hubo interrogatorio, solo me trasladaron al aeropuerto y de ahí directamente a los Estados Unidos donde pasé varios meses en un internado antes de ser adoptado por una familia Americana a los cuales hasta el día de hoy, amo.

Trastorno, dos personalidades diferentes.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora