Frank y Jack.

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Jack Fuller se consideraba el niño más afortunado del mundo.

¿Por qué?

Pues porque tenía al mejor robot-cuidador del mundo, su nombre era Frank, un nuevo modelo recién lanzado la semana pasada; medía tres metros de altura, sus brazos eran enormes, unidos por una aleación de metal que los hacían súper resistentes, verlo era como mirar un dibujo animado, después de todo su pecho era redondo como una olla, de sus hombros salían sus brazos que tenían la forma y el tamaño de un tubo, pero al llegar a las muñecas se transformaban en enormes manos robóticas, fácilmente podían cargar a tres niños pequeños en ellas, su estómago era un cilindro que conectaba con su cadera, otra pieza de metal de gran tamaño, con sus pies se repetía el mismo caso que con sus brazos. Pero sin duda el rasgo más sobresaliente de Frank era su cabeza, si bien su cuello estaba compuesto por los cables que la unían al resto del cuerpo, su cráneo tenía una forma que era imposible no asociar con el monstruo de Frankenstein, pues era de dimensión rectangular, y como orejas tenía dos auriculares que parecían ser tornillos, no era de sorprenderse su nombre.

En definitiva la apariencia del robot era aterradora, pero en realidad Frank estaba programado para ser inofensivo, a menos que su dueño se viera amenazado, y eso parecía ser lo indicado ya que Jack era tan solo un pequeño de ocho años de edad, el color de su cabello era verde escabeche al igual que el de sus ojos, asistía a la prestigiosa escuela primaria de Ciudad Metro, y como ocurría con muchos niños en la metrópolis, los padres estaban muy ocupados trabajando, o divirtiéndose, como para cuidar a sus hijos, así que los dejaban con robots.

Pero mientras que a muchos eso los deprimía a Jack no le importaba en lo mínimo, pues amaba ir a todas partes con Frank, aunque el tiempo que habían compartido era poco, los dos se convirtieron en grandes amigos; Frank lo llevaba a la escuela, le preparaba la comida y jugaba con él, y lo mejor era que estaba programado para seguir jugando hasta que el niño se cansara, pues su batería tenía una duración de 48 horas antes de su próxima carga, y si la fuente de energía era potente, estaría como nuevo en menos de una hora.

Así que por eso Jack se consideraba el niño más afortunado del mundo. Ese día solo era una muestra más de aquello, Frank lo acababa de recoger de la escuela y ambos se dirigían a casa. Iban en el coche de la familia, un carro flotante de forma redonda, que iba sobre uno de los muchos puentes suspendidos por motores de la ciudad.

Jack tarareaba alegremente una canción mientras Frank se detenía en una luz roja.

Trenecito que volando vas, con velocidad para la ciudad, cual maracas en alegre son, da tu resoplar ritmo al corazón —tarareó Jack mientras agitaba un dedo, al terminar de cantar señaló a Frank.

Cuando se oye tu silbato en la estación, todo el mundo espera lleno de emoción, traes el circo y vamos a gozar, corre sin cesar, ya vas a llegar —continuó, y al igual que su humano dibujó círculos invisibles en el aire.

Los dos se rieron y Jack colocó una mano sobre el brazo de Frank, se sentía feliz por tener un amigo como él, Frank le sonrió en respuesta, decían que los robots no amaban a sus dueños, que simplemente estaban programados para ello, pues Frank estaba en desacuerdo, él amaba a Jack no porque un tonto programa lo obligase, sino porque Jack era divertido, amable e... inocente, no podía imaginarse estar con otra persona que no fuera su niño.

 inocente, no podía imaginarse estar con otra persona que no fuera su niño

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