25- El amor me cegó.

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Me costaba admitir que estaba frente a mis ojos el mismo hombre que nos había abandonado a mi y a mi madre.

No era fácil reconocerlo. Su rostro mostraba cansancio, tenia unas grandes bolsas debajo de sus ojos verdes, parecía que no se había afeitado en mucho tiempo y estaba más delgado a como yo lo recordaba.

Me pregunté qué fue lo que le había pasado. Pero no encontré respuesta.

Cuando nos abandonó tenía un muy buen empleo y jamas le faltó el dinero. Ahora claramente era todo lo contrario.

Y no estaba feliz, sus ojos ya no tenían ese brillo especial. Nada en él era como lo recordaba, parecía otra persona.

Lo observé por largos minutos y luego hablé.

- Puedes irte. -dije, seria-

- No creo que...

- No fue una pregunta.

Me agaché y empecé a juntar los vidrios rotos sin siquiera mirarlo.

Él nos había dejado, se había ido y nunca supimos por qué lo había hecho, pero había dolido y mucho.

No estaba en mis planes perdonarlo.

- Maira...por favor. Perdóname, hija. -lo miré, furiosa-

- Ahora si soy tu hija -rei sin ganas- Que pasó? Te quedaste en la calle? Viniste a buscar ayuda? -negué- Te aseguro que no pasará, no te ayudaré, nadie en esta casa lo hará.

- Déjame explicarte, por favor. Yo...

- Explicar qué? -suspiró y pasó sus manos por su cabello-

- Y tu madre?

- No está. -apagué la luz de la cocina dispuesta a irme a la cama. Ya no tenia ganas de nada.- Vete.

- Necesito hablar con tu madre.

- Entonces hazlo! -exclamé- Hazlo, pero no aquí! Ve a buscarla, vete!

- No entiendes, yo...

- No tienes a donde ir, no es así?

Él bajo la mirada apenado y negó con su cabeza. Ni siquiera se atrevía a mirarme... Pero me sentía bien con eso.

-suspiré, cansada-

- Puedes quedarte -sus ojos brillaron por un segundo- No creas que será por mucho tiempo, solo siento pena por ti.

Estaba consciente de que no lo estaba tratando bien. Una parte de mi, en lo más profundo de mi corazón, me decía que cambie mi actitud. También había una pequeña voz en alguna parte de mi mente que decía que estaba mal, que seguramente había una explicación.

Claro que nada de eso me convenció.

A veces llegaba a asustarme la manera en la que me comunicaba conmigo misma.

- Dejaré que te des una ducha. No quiero que ensucies cualquier cosa que esté a tu alcance.

- E-está bien.

- El baño esta arriba -caminé hasta las escaleras y empecé a subir. Miré hacia atrás y mi padre observaba todo a su al rededor. Rodé los ojos- Vienes?

- Oh, claro.

No podía evitar pensar qué ropa se pondría luego, no podía estar tan sucio. Seguro que también necesitaba cepillar sus dientes, o afeitarse. Tendría hambre?

- Bien, disfruta el agua -lo miré- Te conseguiré algo de ropa limpia.

- Gracias. Enserio te lo agradezco, hija. -Apreté mis puños al escucharlo pronunciar la última palabra-

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