Capítulo 8

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Dimitri

Prácticamente me lancé a la madriguera para evitar que la nieve me arrastrara con ella, cubriéndome la cabeza cuando comenzaron a caer pesados montículos nevados que se lograron colar por entre las raíces. Uno cayó justo encima de la fogata que aún humeaba, extinguiéndola completamente.

Agazapado y con el corazón latiéndome en la garganta esperé impaciente por verla entrar al refugio. Poco a poco el bufido ensordecedor fue enmudeciendo y la tierra dejó de cimbrarse para volver a la más absoluta calma.

Tranquilidad que no llegué a experimentar porque Rose jamás apareció.

Entumecido me sacudí la escarcha de la cabeza e importándome un bledo la molestia en mi costado, salí apresurado en su búsqueda.

– ¡Rose! – La llamé, pero la única respuesta que obtuve fue el silencio – ¡ROSE! – Insistí alzando la voz, avanzando sin saber a dónde ir. Limitado a buscarla con la mirada y sin embargo, allí reinaba un blanco impoluto que había arrasado con todo a su paso y que empezaba a aterrarme – ¡Mierda, mierda, mierda! – Murmuré mientras me acercaba al lugar en donde la vi por última vez – ¿¡Roza, EN DÓNDE ESTÁS!? – Rogué – ¡Vamos, no me hagas esto! – Me detuve no sabiendo qué hacer y como si de un estallido se tratara, perdí mi autocontrol gritando su nombre a todo pulmón – ¡ROZAAA!

De pronto, un golpe seco alertó todos mis sentidos. Rápidamente di media vuelta, y entonces la vi. Tendida al pie del gran pino, soltando improperios a diestra y siniestra.

– ¡Aghr, carajo! – Verla incorporándose, furiosa, sacudiéndose la escarcha con brusquedad y jurando en no sé cuántos idiomas, fue suficiente para devolverme el alma al cuerpo y hacerme perder por completo la razón.

Todo el cansancio, la angustia, el frío y el dolor, desaparecieron en el instante en que la supe a salvo... conmigo. Me moví hacia ella, empujado por una fuerza que me manipulaba como a un autómata.

– Roza.

– ¡Maldito lugar olvidado de... – Cuando sintió que la sujetaba por la cintura dejó de maldecir, e inmediatamente posó sus ojos en los míos. Sin demora la atraje hacia mí, levantándola ligeramente para acabar con la brecha que nos separaba, uniendo mis labios a los suyos.

Al mínimo contacto con su dulce boca fue como si un rayo me traspasara haciéndome vibrar. Llenándome el pecho de algo que no sabía me faltaba.

Acaricié su labio inferior con mi lengua, Roza respondió enseguida besándome con la misma pasión que ardía en mí. Entrelazó sus brazos a mi cuello y yo me aferré más a ella olvidándome de las adversidades que nos rodeaban, del mundo entero en realidad.

No recordaba que un beso fuera o se sintiera así.

Me aparté con el corazón desbocado, ambos jadeando por recuperar el aliento. Una de mis manos descansaba en su tersa mejilla mientras que la otra lo hacía en su espalda baja. Nuestras miradas seguían unidas, se negaban a desprenderse de la otra.

No sé cuánto tiempo estuvimos inmersos en esa especie de trance. Y no fue sino hasta que aprecié algo diferente en lo más profundo de sus orbes, que me di cuenta del terrible y grave error que cometí.

– Yo... emm, yo... – Vacilé provocando que dejara de abrazarme. Estaba demasiado afectado, inestable como nunca me había sentido – Lo lamento, no quise... – Solté su rostro con delicadeza, no quería incomodarla u ofenderla más.

– ¿No quisiste? – Visiblemente contrariada mordisqueó su labio hinchado, tragué con dificultad. Nada quedaba de su expresión anterior, ahora me observaba expectante. Sus intimidantes ojos buscaban y me exigían una respuesta que ni yo mismo conocía.

Más allá de la MontañaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora