Capítulo 11

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Rose

– ¡Bueno Rose, ya está bien!

Me quité y arrojé el gorro con categórica frustración. Hasta aquí había llegado mi paciencia con la pesca. Eso y que no podía dejar de pensar y estremecerme con mi propia confesión. Y es que entre más tiempo pasaba, esa revelación se volvía una certeza.

Lo que sentía por Dimitri podía ser absurdo, irracional... vaya, ¡disparatado! Sin embargo también era fuerte, auténtico y jamás lo había experimentado por nadie.

Rendida más mental que físicamente, tomé el cubo con las otras tres truchas que logré pillar y a paso lento caminé a la cabaña. Deteniéndome de tajo al pie de la escalera, pues desde ahí pude verlo completamente absorto en la reparación de la radio.

Parecía tan tranquilo... ¡Con un demonio! Se veía absolutamente apuesto, tanto que mis piernas comenzaron a temblar y mi corazón a galopar en mi pecho. Por lo que sin pensarlo coloqué el cubo en el escalón y me dirigí a la parte trasera de nuestro refugio.

Tenía... necesitaba reunirme o no podría presentarme ante él. Ya antes durante el desayuno había sido intimidante tenerlo y sentirlo tan cerca de mí.

Pensé que me haría bien tomar distancia haciendo un recorrido rápido, obviamente sin alejarme mucho para no ser imprudente. Esto me daría la oportunidad de sosegarme mientras identificaba posibles rutas de escape para cuando se llegue el momento de salir de allí... ...

Porque estas emociones, todo lo que Dimitri me hacía sentir... tenía que quedarse ahí, oculto para él.

*

La nevada hizo lo suyo, cubrió cualquier tipo de rastro de algún camino o sendero que nos indicara por dónde seguir avanzando. No obstante, a lo lejos alcancé a divisar dos largas filas de pinos que aparentaban delimitar y formar una especie de calzada. Definitivamente teníamos que ir hacia allá.

Pasados algunos minutos opté por regresar, con lo poco que pude investigar creía tener la información suficiente para al menos empezar a trazar un nuevo plan de acción. Venía pensando en ello, con la vista clavada al suelo, cuando de pronto unos ruidos ahogados alertaron mis sentidos.

– ¡Pero qué demo...! – Levanté la mirada y lo que vi me heló la sangre. Durante dos segundos no fui capaz de reaccionar, hasta que de mi garganta emergió un grito – ¡DIMITRI!

Corrí lo más rápido que me permitió la nieve, observando con horror cómo luchaba por salir de las aguas gélidas de aquel río. Para cuando llegué a la orilla Dimitri ya había encontrado una superficie estable por la cual subir; el cayado le había salvado la vida.

Con movimientos bastante torpes y descontrolados consiguió seguir avanzando a gatas, su energía se agotaba.

Tontamente y sin importarme el riesgo de que pudiera fracturarse de nuevo el hielo, entré por él – Espera, espera... con calma – Lo jalé hacia mí. Estaba completamente empapado, jadeando por aire, tiritando de frío y más blanco que un papel.

– R... Ro-za – Habló entrecortadamente, con los labios azules.

Lo ayudé a salir y con bastante dificultad a ponerse de pie – Tranquilo, ¿te golpeaste? – Lo evalué rápidamente – ¿Estás herido? – A lo que tambaleante negó con la cabeza – ¿Puedes andar? – Afirmó sin dejar de temblar – ¡Hay que movernos, tienes que entrar en calor! – Pasé su brazo por mi hombro para servirle de apoyo y emprender el trayecto que a cada paso se me hacía eterno.

– ¿D... dón-de... es-t... es-ta-bas? – Masculló con la voz cansada.

– Fui a dar un recorrido – Prácticamente tiraba de él – Pero no tardé nada ¿¡Cómo terminaste en el río!? – Exclamé sin apartar la vista del frente.

Más allá de la MontañaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora