Parte 1 sin título

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El olor a culo que invadía el espacio, era realmente insoportable. No se podía estar, pero aún así, habían unas cinco o seis personas, a las que parecía no molestarle en lo absoluto. Lo intrigante y desagradable de todo esto, era el hecho de que en ese lugar, en una mesa no muy lejos de donde se encontraba, había un paquete. Ese paquete, tenía un aspecto cilíndrico, azul, con letras redondas en el exterior de este paquete. El caso es, que dentro de este paquete, habían unas deliciosas y redondas galletas. Eran rellenas, por supuesto. Las más ricas, sin duda alguna. Pero el problema en si, estaba en que esas galletas, le pertenecían a la Trola. No había posibilidad alguna de quedarse con el paquete completo. No hace falta decir, que estas galletas, eran sus favoritas. Las miraba con disimulo, deseo y ganas. Trataba de no mirar fijo, sólo para disimular ante los demás.

-Anda a pedirle, tengo hambre.

-No me jodas, anda vos.

Se quedó en silencio, sin responder,ya que, por algún motivo no se atrevía a hacerlo. Pero además había otro inconveniente. La zoreta, estaba enfrente del botín. Era pariente de la Trola. Su falsedad, era algo característico en la familia de La Trola. Hacía varios meses ya, que no podía ni debía, ingerir las anheladas galletas. Cada unos cuantos minutos, desviaba su completa y disimulada atención hacía las galletas. Las quería tener en sus manos, y en su boca, claro está, más que cualquier otra cosa. Miraba a la Trola y la Soreta, con disimulo. Estaba justo en frente, de las deseadas galletas. Era una difícil situación. Las quería comer, pero no quería pedírselo a la Trola. Ni tampoco quería levantarse para agarrarlas , una vez que la Trola le dieras su permiso, ya que así tendría que cruzarse con la Zoreta. No cabía duda de que se terminaría comiendo las galletas, de alguna u otra forma. En el momento en que estaba distraída mirando hacia la nada, pensando en las miles de posibilidades para poder obtener las galletas, ella escuchó decir a la Trola:

-Si alguien quiere, agarren.

La felicidad, la invadió. Sintió un completo alivio, al escuchar aquellas palabras. Pensó que jamás lo iba a llegar a decir. Que ese momento, jamás llegaría. Pero para su suerte, así fue. Hasta que cayó en la cuenta, de que se había llenado de gente, alrededor de la mesa, en donde se encontraban las galletas. En el mismo instante en que vio eso, entró en pánico. Vio pasar por sus ojos, una situación completa y más que definida, de esas personas amontonándose sobre las galletas, peleando con uñas y dientes. Y ella, gritando. Gritando por aquellas galletas que se iban, y que jamás podría comer. Se sintió mierda. Pero todos esos malos sentimientos, se dispersaron cuando pudo ver que las personas, seguían inmóviles en su lugar. Encerrados en su propio mundo de sexo alcohol y fiestas. Poco le interesó esto, luego de unos minutos de haberse dado cuenta. Se decidió por decírselo, por expresarle ese sentimiento de tener en sus manos las añoradas galletas. Respiró hondo, tratando de dispersarse y pensar bien en como y que le iba a decir. No quería quedar como una hambrienta, ni tampoco quería demostrar los deseos incomprensibles que tenía por comer las galletas. Se dejó caer en la silla, pensando en lo siguiente que iba a hacer. Miro a su compañera por un rato. Sabía que ella también quería las galletas, y que si ella obtenía las galletas tendría que compartirlas. Y eso, era lo que menos quería. Pensó y pensó durante un largo rato, en que posibilidades habría en que ni le pidiera. No quería levantarse para agarrarlas. Pero si quería que ella le pasara las galletas. Si esto pasaba tendría que compartirlas si o si. Inspiró el aire, con mucha cautela, dividendo si lo que iba a hacer a continuación, estaba bien. Quería asegurarse se que era lo correcto. Se levantó. Quedó parada, en el medio del salón, sin decir nada, Pero con una diabólica sonrisa en el rostro. Volvió a respirar hondo y dijo, con total seguridad:

-Me cagué encima.

No podía borrar aquella sonrisa que tenía en los labios. Era algo que, definitivamente iba a hacer que todos los que estuvieran en el salón, salieran corriendo. Y así fue. Las casi diez personas que estaban ahí, primero riéndose, la miraban con gracia. Como si fuera algo que no era cierto y sólo una simple broma. Ella, en ese instante, se desespero. Pensó que no se querían ir por el mismo motivo que ella, las galletas. Se enojó, pero justo en ese momento, recordó que podía hacer algo que si los iba a sacar de ahí. Sin borrar su diabólica sonrisa, hizo fuerza, haciendo que un estruendo horrible y sonoro saliera de su trasero. En ese mismo momento, todos se la quedaron mirando, para después salir corriendo de allí. No podían creerlo. Su cara de estupefacción era inolvidable, simplemente genial. Todos se fueron. Inclusive su compañera de al lado. El salón en donde se encontraba, quedó completamente vacío. Ella sonrió, triunfante y dirigió toda su atención a las galletas. Cuando las miro, todo rastro de sonrisa, se borró. El paquete junto con las galletas, estaban en el suelo, todas pisoteadas. Se acercó con lentitud, hacia donde estaban. La tristeza la invadía, como nunca antes. El anhelo de poder obtener esas galletas, se esfumó al ver las galletas en el piso. Se dejó caer de rodillas al suelo y agarró las migajas en sus manos. Estaban sucias y destrozadas. Golpeó una mesa con la mano, con mucho enojo y decepción. En el momento en que vio la mesa moverse, diviso que la cartuchera de la Trola caía al suelo, junto con unos cuantos billetes. Se acercó, maldiciendo por lo bajo, ya que tenía que levantar las cosas antes de que todos volvieran.
Cuando vio los billetes, también vio la mochila de la Zoreta. En ese mismo momento, una gran idea, se le cruzo por la mente. Tomo la cartuchera de la Trola y lo puso dentro de la mochila de la Soreta. Antes de guardar todo y dejarlo todo en su lugar, saco la plata para comprarse las galletas y para comprarse algo para tomar. Dejó todo en su lugar, y salió del salón, con mucha naturalidad. Cuando estaba llegando al quiosco, uno de sus compañeros comenzó a señalarle y reírse de ella. No le importó, ya que ella tenía en sus manos la plata para comprarse sus adornadas galletas. Cuando llegó e hizo la fila, no podía parar se sonreír. Por esto mismo, sus cachetes le dolían. Una vez que la atendió la quiosquera, le pidió las galletas. La quiosquera la miro y le dijo:

-No, no quedaron. La última que había, la compraron hace un rato.

Ella se la quedó mirando. El pánico le recorrió el cuerpo. No sabia que hacer, ni que decir. La fulmino con mirada a la quiosquera, aunque ella no tenia la culpa de nada. Se fue caminando nuevamente al salón, hecha una furia.

-A la mierda con todos.

Abrió la puerta del salón con un portazo, y fue hasta donde estaban las galletas en el piso. Comenzó a comerlos, sin importarle lo sucias que estuvieran. Ella se sentía feliz, porque comió, finalmente, sus
adoradas galletas.

Kat con KDonde viven las historias. Descúbrelo ahora