{ IV }

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Capítulo 4

Ni siquiera las llamas del mismo infierno le quemaban tanto como las fuertes y certeras estocadas que Mew daba en su interior. Sabía y era plenamente consciente que el joven humano jamás había tenido sexo con nadie en su vida, y precisamente la inexperiencia había hecho que sin previo aviso Mew lo penetrara en cuanto le dijo "Hazlo y no te detengas".

¡Por Dios, Mew! – de acuerdo, él no era creyente ni mucho menos partidario del señor, por eso mismo se había revelado en contra de él, pero no pudo evitar soltar esas palabras en medio de la embestida ruda y sin preparación que Mew propinó en su cuerpo, palabras que los humanos solían soltar cuando el placer era incomparable.

- ¿Vas a cambiar de bando? – preguntó Mew con una sensualidad que era nueva en él.

- Nunca y menos en este momento – respondió Gulf mientras sentía como la carne de Mew entraba en su interior llenando ese espacio con su humedad y calidez.

- Esto es lo más placentero que he hecho en mi vida – las estocadas que realizaba sobre el cuerpo que estaba debajo de él si bien eran lentas, tenían mucha precisión y llegaban hasta el fondo –

- Eres... eres el primer humano que me jode, Mew Suppasit – confesó y el humano soltó un gruñido posesivo.

- Y voy a ser el único que pueda hacerlo –

Sin delicadeza y cuidado tomó el cuerpo de Gulf en sus manos y con un movimiento, algo brusco y primitivo se acostó en la cama colocando al demonio encima de él. Era una visión demasiado erótica. Quería tener al soberano del infierno encima de su cuerpo montándolo, y así lo hizo saber cuando comenzó a moverlo mientras lo sujetaba de las caderas.

- ¡Móntame! – ordenó con autoridad y con voz grave.

- Mew... - su nombre se le escapó de los labios cuando su cuerpo cayó de golpe sobre la masculinidad del joven mortal.

- Así quiero que grites mi nombre – el agarre que ejercía Mew sobre Gulf era sin duda posesivo, a pesar de ser Gulf un ente sobrenatural increíblemente poderoso capaz de acabar con él, él se sentía el amo y señor de aquel delicioso cuerpo, y nada le impedía soltar órdenes a diestra y siniestra.

- No olvides quién manda aquí – advirtió el ángel caído.

- En estos momentos soy el absoluto dueño de tu placer... Lucifer... -

Tenía que darle un punto a Mew. Lo había llamado por su nombre real y eso lo había calentado como nunca antes se había sentido. Una corriente eléctrica recorrió su cuerpo de pies a cabeza y entonces, por primera vez en toda su existencia, obedeció. Él, el magnificente, majestuoso y espléndido señor del abismo, estaba subordinándose y sometiéndose a un humano. Su humano... su "sulis megobari"... su complemento.

Colocó sus manos sobre el bien trabajado pecho de Mew y comenzó a moverse sobre su miembro con lentitud que permitía sentir toda la extensión de carne del mortal en su interior. "Joder, aquello sí que era la gloria y no lo que decían los vírgenes y castos ángeles", pensó Gulf.

Los gemidos que soltaba Mew llenaban la habitación y se transformaban en la música sensual perfecta para la ocasión y hacían que su propio cuerpo reaccionara de forma positiva y con la firme intención de darle mucho placer a ese hombre. Entonces sus montadas poco a poco fueron aumentando de velocidad y profundidad permitiendo que toda la hombría de Mew se encajara en él hasta tocar la sensible zona que lo hacía explotar.

- Muévete más rápido – exigió el mortal entre gemidos.

Y así fue, se movió con mucha mayor rapidez y fuerza. En parte por el mandato de "su humano" pero también por las ganas de sentir mucho mayor placer al empalarse en aquel pedazo de carne dura, mojada y completamente caliente.

Pobre diabloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora