Capítulo 8.- Jane Doe.

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Al llegar al campamento, Gabi y Falco ya estaban listos. Falco había cambiado el sartén por su espada.

“¿Y esa quién es?” Preguntó Gabi al verlo.

“¿Acaso eso importa en estos momentos? Venía huyendo de los lobos.” Respondió Zeke.

“Cuando dices lobos, ¿te refieres a los lobos que nos gustan o que no nos gustan?” Quiso saber Falco.

“Los que no nos gustan.” Zeke acomodó a la chica frente a la tienda de campaña y escuchó el chillido de terror que se escapó de la garganta de Falco. El tampoco estaba feliz, habría preferido un cíclope o unas arpías, no los lobos de la manada de Licaón.

“Zeke.” Le habló Gabi. Volteó y vio a 4 lobos mucho más grandes que un lobo común y corriente y con la mirada más inteligente. Ninguno era negro de ojos rojos y eso lo hizo sentir un poquito mejor, Licaón no estaba ahí.
Zeke regresó su atención a la chica. “Quédate aquí y no te muevas.”

Se alejó y avanzó hasta quedar frente a la línea de defensa. Sacó de su bolsillo trasero una vara dorada de no más de 20 centímetros de largo, presionó un pequeño botón y la vara se convirtió en una lanza de doble pico de casi dos metros de largo.

“Si no quieren morir, será mejor que se vayan.” Anunció Zeke. Los lobos solo le mostraron los dientes y los vio bajar los cuartos traseros en clara posición de ataque.

Tres de los cuatro lobos se lanzaron a atacarlos; para él era fácil esquivar los ataques, el animal necesitaba estar cerca para poder lastimarlo y la lanza impedía que eso sucediera. Pero sus compañeros no tenían esa suerte, en un vistazo rápido pudo ver que Gabi ya tenía un rasguño en la pierna y que a Falco le sangraba la mejilla y el brazo derecho. Tenía que ayudarlos, pero no podía hacerlo sin dejarse a sí mismo vulnerable. Regresó su atención a su enemigo, intentando atravesarlo con su lanza, pero el lobo era ágil.

Y justo lo que no quería escuchar llegó a sus oídos: un grito de dolor de Falco. No alcanzó a voltear a verlo, el lobo que lo atacaba se lanzó de nuevo hacia él y logró detener su mordida poniéndole la lanza entre los dientes, pero el animal era muy pesado. Gabi estaba gritando, él se encontraba inmóvil y no podía ayudar a sus amigos. De pronto oyó el claro sonido de un animal quejándose, logró mover la cabeza y ver a la chica recién llegada con un sartén en la mano, parada frente a Falco. Pudo deducir que ella había golpeado al lobo en la cara, dado que la bestia sangraba. Estaban en problemas y no sabía qué hacer.

“¡Tápense los oídos!” Escuchó a la chica gritar. “¡A la de tres!”

“¿Estás loca? ¡Vamos a morir!” Replicó Gabi.

Definitivamente si soltaban sus armas iban a morir, pero al menos alguien tenía un plan y no estaban en condiciones de ponerse a deliberar si era una buena idea o no.

“¡Gabi, hazlo!” Gritó Zeke.

“¡Una! ¡Dos! ...”

Zeke sabía que se estaba jugando la vida, pero soltó la lanza y se llevó las manos a la cabeza, en ese momento sintió un silbido agudo penetrarle el cerebro. Cerró los ojos y el lobo sobre él huyó, tratando de escapar del ruido. El sonido se detuvo, se sentía mareado, pero estaba bien. Volteó a buscar a sus amigos, Gabi, claramente afectada ya estaba atendiendo a Falco, y la chica del sartén estaba tirada en el piso. Zeke corrió hacia ella, le puso una mano en el cuello y suspiró de alivio al sentirle el pulso; solo estaba inconsciente.

“¿Cómo están?” Preguntó a sus compañeros.

“Vivos.” Dijo Falco con una mueca de dolor. “Ella le dio en la nariz al lobo con el sartén y luego fue como si hubiera recordado algo y gritó lo de taparnos las orejas.”

Las Hijas de ApoloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora