Capítulo 9.- ¿Nos podemos quedar con él?

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“¿Qué se supone que vamos a hacer si nos alcanzan?” Preguntó Falco.

“Atacarlos, dah.” Respondió Gabi.

Zeke aceleró más el auto y apretó con fuerza el volante hasta que tuvo los nudillos blancos. Sabía que no debían ponerse a pensar que las cosas les iban bien porque generalmente su suerte no duraba mucho.

“Zeke, acelera más.” Pidió Falco.

“Si lo hago llamaremos más la atención y a los lobos le podríamos sumar una patrulla.”

“En estos momentos prefiero una patrulla a unos lobos.” Le dijo Gabi.

Entrando a la ciudad de Richmond tuvieron que disminuir la velocidad, había varias desviaciones en la autopista y si no ponía atención podrían terminar en camino a Vallejo. Como pudo esquivó a los conductores y se mantuvo en curso, pero podía ver que los lobos empujaban los autos y no se detenían.

“Me pregunto qué estarán viendo los mortales.” Comentó Falco. A Zeke ese pensamiento era lo último que le importaba.

“¡Cuidado!” Gritó Hange y un momento después el techo del auto se hundió y aparecieron marcas de garras. Uno de los lobos los había alcanzado.

Milagrosamente Zeke mantuvo el control del volante, Gabi sacó su espada y empezó a dar de golpes al techo.

“¡Muere, bastardo!” Gritaba enojada.

Falco la imitó y los dos atacaron al enemigo que no podían ver. Los movimientos del lobo hacían que el auto se moviera a voluntad y era más difícil controlarlo.

“¡A este ritmo nos vamos a estrellar!” Exclamó Zeke.

“¡Déjanos en paz!” Gritó Hange, cosa que realmente no serviría de nada, porque no era como si el animal le fuera a hacer caso.

Y los intentos de sus compañeros por matarlo salieron peor: habían hecho tantos agujeros al techo, que el lobo fue capaz de hacer un hoyo más grande, meter una pata y tratar de arañarlos. El intento de esquivarlo casi hace que chocaran con el auto que iba enfrente.

“¡Ah!” Zeke escuchó gritar a Hange. “¡Auxilio!”

Por el retrovisor vio que el lobo enfocó en ella sus esfuerzos de atacar a alguien y Falco y Gabi no se atrevían a intentar darle con sus espadas, por miedo a lastimarla. Un grito más por parte de Hange le hizo ver que la habían lastimado y vio como le sangraba el brazo y la sangre le escurría por la mano.

Todo pasó en un segundo: de pronto el auto se sintió más ligero y el lobo desapareció del techo o de lo que quedaba de él. Gabi se puso de pie en el asiento y sacó la cabeza por el agujero.

“¿Qué pasó?” Preguntó Zeke.

Gabi regresó a su lugar. “Ni idea, no hay rastro de ese lobo o de los otros.”

Se acercó al volante para ver los letreros de la autopista. Iban pasando Berkeley, aún no se habían desviado.

“Gabi, indicaciones.” Pidió.

La chica, claramente aún alterada por los acontecimientos, puso su espada en el tablero y tomó el mapa. Entre los dos lograron descifrar qué camino era el que debían tomar tratando de no perderse.

Zeke empezó a cambiar de carril poco a poco, ya quería llegar a su destino y sentirse en tranquilidad, aunque fuera por una hora antes de empezar a ponerse histérico por no saber nada de su novia.

“Eh, creo que tenemos compañía otra vez.” Comunicó la voz de Hange.

Él no podía acelerar más, estaban por llegar a una intersección y los carros se movían con más lentitud. Tomó la salida que Gabi le había indicado y al fin pudo ver por el retrovisor, tenían un par de lobos siguiéndolos. A ese paso iban a llegar al campamento en bolsas para cuerpos. El camino que le había indicado su compañera atravesaba la ciudad y eso hacía cualquier clase de ataque mucho más llamativo. Aceleró tanto como pudo, tratando de llamar la atención lo menos posible.

“Eso que se ve ahí no es un lobo, ¿o sí?” Preguntó Falco. Zeke ya no quería ver nada por el espejo, pero no le quedó de otra.

El corazón le latió con fuerza al ver de lo que hablaba Falco: era una bestia como las que había visto en su sueño y que había atacado a Frieda. Era un Perro del Infierno.

“¡¿Pero qué Tártaro está pasando?!” Se quejó Gabi. “¿Todos los monstruos decidieron atacarnos hoy?”

Zeke no quería saber la respuesta a esa pregunta. Al fin logró ver que ya estaban cerca al túnel, suspiró aliviado, pero lo hizo demasiado pronto. De entre los árboles que había a su derecha y justo antes de llegar a la salida que le había indicado Gabi, salió un lobo que embistió el auto y lo hizo perder el control. Se dio en la cabeza con el marco de la puerta y luego todo se volvió negro.

.

Gabi abrió los ojos asustada y aturdida. El auto había dado una vuelta entera y ahora estaban de cabeza. El camellón del centro de la autopista había impedido que rodaran aún más. Se quitó el cinturón y cayó sobre el techo destrozado, volteó a ver a Zeke que estaba inconsciente y la cabeza le sangraba. Al voltear para atrás vio que no había nadie. Quiso gritar, pero le dolió el costado, tenía por seguro una costilla lastimada, si no era que rota.

“¡Hey! ¿Estás bien?” la voz de Hange la asustó, pero agradeció que ella estuviera bien.

“Sí, eso creo.” Dijo, aún estaba dentro del auto. “¿Y Falco?”

Hange señaló hacia el camellón que estaba a un lado, donde el chico estaba también inconsciente.

“Está bien, solo desmayado. Vamos, te ayudo a salir, ese perro está deteniendo a los lobos.”

Gabi no quiso confirmar la información, pero le creyó.

“¿Puedes abrir la puerta del piloto? Hay que sacar a Zeke.” Hange asintió, la vio cojear y darle la vuelta al auto.

Una vez que abrió la puerta le dijo que sujetara la cabeza del muchacho. Hange como pudo lo hizo y ella le desabrochó el cinturón. El cuerpo inerte cayó con fuerza, ella pudo salir del auto y con dolor avanzó para ayudar a Hange a sacar a Zeke. Una cosa era sacar a Falco que era pequeño en comparación a su compañero. Entre las dos lo arrastraron y lo pusieron al lado de Falco.

Gabi estaba desesperada. Volteó hacia el túnel. Justo en el centro de los carriles, invisible a los mortales, estaba la entrada al Campamento Júpiter. Vio a los dos legionarios en armadura y con lanzas a los lados. Avanzó un poco y pidió ayuda, pero ninguno de los dos se movió.

Estúpidos romanos, podían estar siendo devorados y ellos seguirían ahí. Trató de ver quiénes eran y esa postura mal hecha y que parecía estar a punto de caerse la conocía. Era el hermano de Falco.

“¡Colt! ¡Falco está herido!” Notó que Colt se movía, pero su compañero pareció regañarlo. Debía intentarlo de nuevo. “¡Si no nos ayudas, va a morir!”

Y eso fue suficiente. El muchacho salió corriendo en su dirección, mientras su compañero le decía que se detuviera. Eso le sirvió para reconocer su voz.

“¡Porco! ¡Si no vienes le diré a Frieda que dejaste morir a su novio!”.

Era posible que Frieda estuviera perdida de momento, pero aun así, era la persona más querida del campamento y decepcionarla era peor castigo que hacer labor de guardia de la entrada o limpiar los establos de los unicornios.

“¡Falco!” Gritó Colt mientras corría. En cuanto llegó, Gabi le indicó que fuera directo a la enfermería. “Pero… la entrada.”

“¡Al Tártaro la entrada! Manda a alguien en tu lugar, grita que estamos en problemas, ¡pero apúrate!”

El chico asintió, tomó a su hermano en brazos y corrió de regreso a la entrada, mientras Porco seguía debatiéndose qué hacer. Gabi se volteó a Hange.

“Rápido, saquemos a Zeke de aquí.”

“Estás herida, te vi tocándote el costado.”

“Tú no estás mejor, pero no van a venir a ayudarnos.”

Hange volteó a la entrada, luego a verla de nuevo y asintió. Como pudieron, tomaron los brazos de Zeke y empezaron a arrastrarlo. Iba a matar a su estúpido hermano (él también era hijo de Marte) por no ayudarlos y le pediría a Zeke que lo pusiera a limpiar establos por un año.

La entrada estaba a menos de 100 metros, pero le parecían 100 kilómetros. Le ardía el costado y podía ver la cara de dolor de Hange, tenía la pierna o el tobillo lastimado y un brazo le sangraba. 75 metros más y le encajaría a Porco esa lanza por donde el sol no brilla.

“Oh, no.” Susurró Hange viendo sobre su hombro, Gabi no se atrevió a voltear, pero pronto sintió el peso del cuerpo de Zeke completo en ella y Hange desapareció de su lado.

“¡Hange!” Gritó desesperada. Eso hizo que Porco finalmente se dignara a ayudarlas. “¡Eres un hijo de…!” y prosiguió a decir un montón de palabrotas que jamás diría frente a su pretor. A su espalda escuchó los gritos de Hange. “¡Llévate a Zeke, yo iré a ayudarla!”

Le quitó la lanza que llevaba en las manos y al hacerlo gritó de dolor, pero avanzó a donde estaba el perro gigante  sobre la chica. Los gritos de Hange le hacían ver que no había manera de salvarla, ¡el perro la estaba matando!

Se puso en posición de ataque, el perro levantó la cara y le gruñó. Era del tamaño de un elefante, mucho más grande que los perros del infierno comunes. Apuntó la lanza como si fuera una jabalina y cuando le gritaron un alto ella se detuvo, más que nada porque la voz era la de Hange, que salió de debajo del animal arrastrándose y mojada. Estaba llena de babas.

“¿Qué mier…?”

“¡Lenguaje!” gritó Hange antes de que terminara la frase, haciéndola dar un respingo.

“El perro…” intentó decir Gabi, pero realmente no sabía que pensar. El animal estaba sobre sus cuartos traseros y moviendo la cola, Hange estaba ilesa y extrañamente feliz.

“Balty nos salvo.” Le dijo contenta.

“¿Balty?”

“Oh, ese es su nombre, lo dice su collar.”

“¿El perro tiene collar?”

Hange asintió y metió la mano debajo de la cabeza del perro y sacó una placa del tamaño de su mano.

“¿Nos podemos quedar con él?” Preguntó la chica con una sonrisa.

“¿Qué? ¡Claro que no! Es un Perro de Infierno, es… una bestia salvaje que come… bueno, a chicos como nosotros.”

Una mirada irónica atravesó la cara de Hange, que se paró al lado del animal y empezó a rascarle detrás de las orejas. El perro reaccionó al gesto y empezó a mover la cola y una pata, haciendo vibrar el suelo.

“¿Te parece una bestia salvaje que quiera comernos?”

De acuerdo, en ese momento era un perro más, pero sus ojos rojos y sus colmillos no le permitían ver eso. A lo lejos empezó a escuchar sirenas de policía y ambulancias.

“Escucha, yo no tengo la autoridad para decirte si te puedes quedar con el perro o no, pero debemos irnos antes de llamar más la atención.”

Las dos avanzaron hacia el túnel apresuradas, cada una haciendo diferentes muecas de dolor. Iban a medio túnel cuando un ladrido lastimero inundó el lugar haciendo que a Gabi le retumbaran los oídos.

“Vamos, Balty.” Lo llamó Hange, pero el perro no se movía. “¿Qué pasa?”

“No puede entrar, la protección al campamento se lo impide, alguien dentro debe darle autorización para hacerlo.”

Hange intentó hacerlo, pero ella era una recién llegada sin ningún tipo de autoridad, volteó a verla y su cara le decía que por favor, le diera permiso a su bestial nuevo amigo de entrar. Gabi suspiró, no tenía energías para explicarle a Hange los problemas que tendrían por dejar entrar a un perro del infierno al campamento. Le diría que solo tenía permiso de comerse a Porco.

“Yo, Gabi, hija de Marte, te doy permiso a ti, Balty; Perro del Infierno, de entrar en el Campamento Júpiter.”

Apenas dijo eso, el perro desapareció y volvió a aparecer justo frente a ellas del otro lado del túnel y escuchó los gritos de los legionarios.

“Será mejor darnos prisa o Balty estará en problemas.” Le dijo a Hange y las dos se apuraron a salir.

.

En el Inframundo, la furia Alecto encontró a su amo en el salón de juegos.

“¡Muere, vieja chancluda!” Exclamaba Hades mientras estaba hincado en el piso frente a una mesa, con una figura de sí mismo en la mano que peleaba contra una de Deméter.

La furia se aclaró la garganta. “Amo, tengo algo importante que decirle.”

Hades levantó la vista, claramente molesto por la interrupción.

“Alecto, estoy por matar a Deméter, ¿no puedes esperar?”

“Me temo que no. Baltazar ha sido llamado.”

El Rey del Inframundo frunció el ceño y se puso de pie. Seguía con las figuras en las manos, pero ahora en lugar de parecer que estaban peleando, parecía que se besaban, algo que la furia no le haría saber a su amo.

“No puede ser, Levi está a salvo en el campamento.”

“Me temo que no fue llamado por el joven Levi, mi señor, sino por la chica hija de Apolo, ella estaba en posesión del anillo.”

Hades dejó caer las manos a los lados al escuchar eso. “Oh, Zeus.”

Un trueno se escuchó a la distancia, clara queja del Dios del Cielo por usar su nombre como una maldición.

“No la mató, ¿verdad?” preguntó nervioso, pero si hubiera muerto, su hijo ya estaría ahí exigiéndole que la regresara al mundo mortal.

“No, ella sigue viva. Pero si lo desea, puedo ir personalmente a matarla y traer a Baltazar de regreso.”

“No te aloques, Alecto, nadie va a tocarle un pelo a esa chica. Si Balty no la mató, supongo que debió ver algo en ella que le gustó.”

La furia frunció el ceño. “No entiendo que pueda ser eso, mi amo. El perro estaba entrenando para serle fiel al joven Levi, a su obvio olor a muerte.”

Hades sonrió. “Exacto.”

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*Sayriina*: ¡Hola! Antes que nada, gracias por leer 💕 me hacen tremendamente feliz sigan la historia, que espero les esté gustando.

*Hange*: No olvides agradecer a Averdia por betear el capítulo.

*Sayriina*: No lo olvido, pero gracias por recordarme. ¡Gracias, mana! Ya sabes no sé que haría sin tu ayuda :D

*Hange*: Los comentarios y las estrellitas se agradecen mucho. Ahora, ¿Alguien me puede decir en dónde estoy?


Las Hijas de ApoloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora