(❁ UNO ❁)

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–¡Sal niño de ahí! ¡Fuera!

Tomo con sus dedos su bolsa negra y corrió lo más lejos que pudo saliendo de inmediato de aquel callejón donde casi, casi lograba obtener una nueva lata.

Suspiró al estar ya dos calles lejos de aquella tienda y el señor que le grito. Acomodó mejor la bolsa sobré su hombro algo descubierto por la camiseta roja y decidió caminar por las calles de Daegu.

El día estaba algo caluroso a pesar que el otoñó se aproximaba, con lo cual el calor comenzaba a molestarle y la sed incrementaba en su ser. Sus ojos comenzaron a buscar alguna fuente de agua o botella a la mitad de tomar así saciar su falta de agua pero sin borrar de su mente su objetivo principal.

A medida que avanza por las calles se encogía ante las miradas de asco, vergüenza, odió, desaprobación; y aunque los años estuvieran en su cuerpo esas miradas no las podía pasar por alto.

Como tampoco podía hacerlo ante la falta de solidaridad de aquellos que juzgan, siendo lo mejor que saben hacer por que esperar que te tiendan una mano es mucho.

En sus años viviendo como lo hacia solo recordaba a dos personas ayudarlo. Cuando tenía cinco o seis años y un niño le regaló un pedazo de su sándwich, ese día tenía mucha hambre a causa que no le habían dado de comer dos días seguidos por no conseguir lo debido. Recuerda que casi lloraba por aquel gestó tan lindo y sin dudas jamás lo olvidaría.

La segunda vez, que también es su tercera, cuarta y todas las que siguen porque aún lo sigue ayudando, es la señora Jung. Una amable y dulce abuelita de unos 69 años casi, que sin dudas la amaba con todo su ser.

Una sonrisa media amarilla apareció en sus labios al pensar en la mujer mayor y sin dudas la idea de visitarla se apoderó de su cuerpo. Talvez reciba un castigó como hace unas semanas pero no importaba, si era rápido y no se entretenía en hablar mucho llegaría a tiempo a la "casilla" y nadie se enteraría de nada.

Con plan en mente se dispuso a llegar a su destinó el cual quedaba casi del otro lado de la cuidad pero valía la pena si recibía las lindas caricias de amor y algo de comida con humito caliente así llevarle a su mejor amigo.

A sus pasos casi veloces comenzó a recortar la distancia de la casa color crema, también ayudo que las luces rojas de los semáforos detuvieran a los autos y cursará más rápido.

Dobló la esquina, las casas pasaban a su lado hasta que llego a la casita de la señora Jung pero algo llamo mucho su atención y era las personas reunidas alrededor del camión blanco con luces verdes.

– ¿Qué sucedió JeSoon-Sii?

Se escondió detrás de un bote de basura tratando de agudizar su oído y  escuchar lo que las señoras hablaban.

La señora Jung tuvo un problema de presión así que la llevaran al hospital para algunos exámenes de salud, seguro se quede allí por unas semanas.

Que terrible.– La mujer que escuchaba atentamente se tapó los labios teniendo una expresión de pena.

La tristeza comienzo a rondar su cuerpo ante lo que escuchó generando inconscientemente un puchero en su labio inferior, su vista bajó conectando inmediatamente con aquello que desde la mañana buscaba.

Revisó que nadie lo viera mientras abría su bolsa y guardaba las tres latas, con esas nuevas había conseguido en el día once ¡Se había superado!

Miró por ultima vez la casa crema que por lo visto no tendría alguien que viviera en ella y la cuidará. Se fue por donde vino comenzando a caminar con velocidad ya que el sol comenzaba a llegar a su máxima altura y eso significaba una sola cosa.

Si no llegaba a la casilla, no comería.

Eso no quería, aunque lo que comían era una especie de engrudo sin color o rico aroma era lo que lo mantenía vivo. Era una lástima no a ver comido uno de aquellos panesitos de la señora Jung.

Salió de sus pensamientos cuando a lo lejos divisó a su amigo haciendo señas con una cara de preocupación. Eso no era bueno.
Corrió llegando a tiempo pero cuando iba a preguntar la puerta de madera mal hecha se abrió dejando a la vista a la señora de la casa.

Entra mocoso.

Con miedo entró siendo seguido por su amigo y la miradas de los demás niños del lugar. La mujer se sentó en su silla mientras el se arrodillaba en el suelo tendiéndole la bolsa negra con las latas que consiguió, su cabeza permanecía gacha con lo cual no veía como la mujer revisaba el contenido tirándolo a una bolsa mas grande.

Abrió la tapa de la olla oxidada y negra a causa de las llamas del fuego casero, lleno un plato con la comida y se lo entregó hechandolo de su vista.

Sin más se fue a sentar comiendo aquella pastosa comida, sin forma, ni color, ni calor, ni sabor, absolutamente nada.

Pero, que podía hacer.




















HMD

No te rindas « YM »Donde viven las historias. Descúbrelo ahora