La Ciudad Esmeralda

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Ciudad Esmeralda era todo lo que Glinda había esperando y más. Cada paso que daban había algo nuevo y sorprendente, algo verdaderamente mágico, y todo brillaba con el color de Elphaba.

Desde que llegaron Glinda se había dado cuenta que éste era su lugar. Elphie actuaba cómo un pez en el agua, arrastrandola a un lugar y luego a otro más. "Este es el museo del Mago", decía y "aquí es el lugar en el que el Mago aterrizó cuando llegó a Oz", y la "Academia de Artes," seguía. Glinda había estado tan feliz de solo seguir a su amiga, tomar su mano y disfrutar su emoción, que se había olvidado de Fiyero.

En algún momento después de visitar todas las tiendas que ella había elegido y todos los museos que Elphaba había querido, habían acabado a mitad de un desfile para el Mago. Nunca había visto a Elphie tan feliz. Bailaba como en esa primera fiesta, y ella la siguió. En ese momento pensó que la seguiría a cualquier lugar.

Acabaron exhaustas, después de ese primer día.

"Deberíamos volver al hotel" Elphaba, como siempre la voz de la razón, pero Glinda quería más. No podía dejar que su primer día en Ciudad Esmeralda acabara ahí. De algún modo la había convencido de seguirla. Había un lugar que siempre había querido ver.

Elphaba bostezó, pero éste era un día de primeras veces. Así que Glinda no podía dejarlo fuera.

"¿Y qué es?" le preguntó de nuevo.

"Ya lo verás" contestó.

Pasaron por el Arco del Mago, y cuando vio que Elphaba aminoraba el paso, la jaló de la manga de su túnica. "Vamos, Elphie, después iremos a dormir. Lo prometo. No querrás perdértelo."

Su amiga no contestó, pero comenzó a apresurarse. Glinda la hizo subir una torre muy cerca de la entrada sur de la Ciudad Esmeralda.

"Ah, no puedo más" Dijo Elphie, "¿Cómo es que sigues tan fresca caminando en tacones?"

"¿Eh?" Glinda ni siquiera lo había notado. "¿Y eso es lo que te molesta?"

"Mañana no vas a poder ni caminar"

Glinda se río de su amiga. "Oh, señorita Elphaba, aún tienes mucho que aprender"

Finalmente llegaron a la cima de la torre. Desde aquí, se podía ver todo Ciudad Esmeralda de un vistazo. Elphie se apresuró hacia el borde. "¡Glinda! ¿Estás viendo esto?" La ciudad entera resplandecía con la luz de la luna. Glinda se acercó y en cuanto estuvo a su lado, Elphaba sujetó su mano con firmeza. Ninguna de las dos estaba segura de por qué, pero sabían que se sentía bien. Natural. "Desde aquí puedes ver el Palacio del Mago", dijo Elphie.

"Y ahí estaremos mañana" le contestó Glinda.

"Gracias por venir conmigo"

"Vamos, Elphie, gracias por traerme contigo. Ha sido un gran día."

"Mañana será todavía mejor." La sonrisa de Elphaba se desvaneció, y miró a Glinda seriamente.

"¿Qué pasa?"

"¿Qué pasa si El Mago no...?"

"¿No qué?" Pero Glinda sabía lo que Elphaba estaba pensando, o lo intuía. Le gustaría poder obligar a Elphie a no pensar tanto. A dejarse llevar. Había días que tenías que trabajar duro (bueno algunos) y otros en que sólo tenías que celebrar.

"Es una tontería" dijo Elphaba y se alejó del borde de la torre. "Deberíamos volver ya"

"Si El Mago ¿no te acepta? ¿Eso es lo que querías decir?"

"Sí," dijo Elphaba, y por un segundo Glinda vio de nuevo a esa chica nueva en Shiz que se ocultaba detrás de su hermana en silla de ruedas. La chica que se obligaba a ocultar sus habilidades porque su padre así lo quería.

"Bueno, entonces lo obligaremos a hacerlo. Tú y yo." Glinda hizo una pirueta y sintió cómo perdía el equilibrio, pero antes de que cayera al suelo (y arruinara su nuevo vestido) Elphaba la había atrapado en el aire, con un hechizo.

"Te estás volviendo muy buena con eso", le dijo, mientras se acomodaba su vestido. Después le echó un vistazo más a Ciudad Esmeralda y tomó una decisión. Se quitó los tacones y saltó al borde de la torre.

"¡Glinda!" escuchó la voz preocupada de Elphaba a sus espaldas. "¿Qué haces?"

Glinda estiró los brazos al cielo. "Elphie, deberías venir aquí. Se siente increíble."

"Glinda, vas a caerte"

"Si me caigo, sé que estarás ahí para detenerme"

Glinda vio cómo Elphaba sacudía la cabeza, pero unos segundo después saltaba también al borde y extendía los brazos.

"Sin gravedad" dijo Elphaba. "¿No crees que se siente así?"

"Sin límites"

Debajo de ellas, la Ciudad Esmeralda brillaba como nunca. Al menos como ellas nunca la habían visto antes. Y al mismo tiempo, Glinda decidió otra cosa. No le importaba Fiyero. Aquí, viendo la Ciudad de sus sueños a sus pies, y con Elphaba a su lado, esto era lo único que importaba. 

Memorias de dos brujas malasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora