Episodio IV: Ella es tu hermana.

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Episodio IV.

Ella es tu hermana.

Aristia miró a Ruvellis, llena de terror. El chico, simplemente le observa, sorprendido. ¿Por qué la sola idea de ser una reina le causa terror a la pequeña adolescente? ¿Tanto lo odia? Es todo un misterio en sí. Antes de siquiera continuar su conversación, murmullos provienen de todos lados. Ruvellis entonces guardó silencio, observando en un punto específico de aquel magnifico salón de eventos.

—Parece ser que alguien acaba de llegar.

Ruvellis y Aristia —esta última, aliviada en cierta forma por la distracción— dirigen su mirada a donde se escucha la mayor cantidad de susurros. Grata es la sorpresa de los presentes, al ver entrar a un caballero de cabellos por demás singulares, vestido de azul, en compañía de una doncella por demás singular. El hombre, camina gallardo, orgulloso de sí mismo. Si bien la señorita que le acompaña es por demás desconocida para todos, el orgullo con el cual avanza, la seguridad en sí misma, despierta el interés de los demás.

Aristia —al ser la primera en reconocerlo— se levanta de su asiento, observando maravillada al invitado que recién ha hecho su entrada, en compañía de una dama, quien utiliza un vestido verde con accesorios por demás elegantes, acordes a una dama de categoría. Los murmullos no desaparecen de la sala, la mayoría preguntándose de la existencia de tan dama elegante que acompaña al recién llegado, a su lado.

—Por favor, perdóneme por llegar tarde— el hombre se inclinó en señal de respeto, en compañía de su compañera —saludos su majestad, el único sol del imperio— inició —y a usted, su alteza, el futuro sol del imperio— levantó su mirada, sereno.

Aristia lo observo, a punto de derramar lágrimas de su rostro. Es él. Su padre. Keirean la Monique, acompañado por una bella dama, de cabellos castaños, ondulado, cayendo a media espalda; ojos de un profundo azul cielo, brillantes, llenos de vitalidad; de piel de porcelana, labios rojos como la sangre y portando el vestido verde de la difunta marquesa.

—Soy yo, Keirean la Monique, comandante de la segunda escuadra— se presentó, aun de rodillas frente al emperador y su hijo —he regresado— mantuvo su expresión.

—Soy yo, Keirean la Monique, comandante de la segunda escuadra— se presentó, aun de rodillas frente al emperador y su hijo —he regresado— mantuvo su expresión

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—Papá... Regresaste— pensó Aristia, observándolo, aliviada de verlo sano y a salvo.

—Por fin volviste, marqués— dijo el emperador, Mirkan Lu Shana Castina —¿sabes cuán preocupado estaba por no recibir noticias tuyas? — le cuestiona, manteniendo una expresión serena.

—Mis disculpas, majestad. Me entretuve en el camino— mirando de soslayo a la bella chica que le acompaña —y me apresure en llegar a la ceremonia del príncipe heredero que no envíe un mensaje anticipado— se excusó, levantándose.

—¿Entretenimiento? — el emperador dirigió una mirada a la hermosa chica, manteniendo una mirada serena —es inesperado tan bella compañía— extendió una mano hacia la chica, sonriéndole —dime tu nombre, bella dama— pidió, amablemente.

La princesa caballera y el sabueso de dios.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora