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Una ráfaga de viento se coló por entre los bajos acantilados que había a la entrada de la bahía y rugiendo, fue a chocarse contra la hilera de casas que se alineaban a lo largo de la costa. En la habitación trasera de la casa que ____ Dovvling había alquilado, las ventanas temblaron en sus corroídos marcos, protestando con sus crujidos ante tal asalto.

Tras encorvarse buscando la protección de la tabla de su mesa de dibujo, ____ mojó un pincel en agua y, meticulosamente, dio una nueva forma a las cerdas. Así, intentaba olvidarse del tumulto que aullaba en el exterior, concentrándose en la intrincada tarea que tenía entre manos.

Acababa de oír en la radio que toda la zona del golfo de Hauraki estaba en alerta por una galerna. A pesar de su desvencijada apariencia, aquella casa había soportado los temporales invernales durante cincuenta años. Además, la isla Shearwater estaba al sur del golfo y, por lo tanto, estaba menos expuesta a la violencia de las tempestades del Pacífico que el resto de los cientos de islas que se encontraban diseminadas por la costa de Auckland.

Unos pocos minutos más tarde, ____ dejó de pretender que iba a poder seguir trabajando. El fragor cercano de los truenos, lleno de malos presagios, fue la gota que colmó el vaso. Resultaba imposible dibujar el delicado nervio de una diminuta hoja con la punta del pincel cuando ella misma estaba pendiente del siguiente asalto de la naturaleza. Contemplando lo que acababa de hacer, ____ frunció los labios y entornó los ojos, verdes como el mar, con una expresión de descontento. En vez de retirar el pigmento verde para exponer una linea blanca del papel, fina como un cabello, las sacudidas que los nervios le provocaban en los dedos parecían estar a punto de crear un nervio principal al borde de la hoja.

«Una incorrección botánica de tal calibre le provocaría palpitaciones a George», pensó ____ mientras guardaba la ilustración inacabada y volvía a colocar el tarro con la planta original en la estantería. Mientras que en sus propias pinturas se permitía ciertas licencias artísticas, las que llevaba a cabo para el botánico tenían que ser biológicamente exactas.

A pesar de todo, a ____ le gustaba aquel desafío, y los honorarios que George le pagaba por cada una de las acuarelas era suficiente para mantener un modesto estilo de vida.

Afortunadamente, había pocas tentaciones en la isla. La mayoría de los habitantes eran personas con un estilo de vida alternativo, excéntricos solitarios o descendientes de los propietarios originales que, o iban diariamente a Auckland para trabajar o utilizaban las casas solo durante los fines de semana y las vacaciones.

Parte de la isla era una reserva natural, que todo los habitantes guardaban celosamente. Aquello significaba que no había cafés de moda, ni hoteles, ni embarcaderos bien acondicionados para modernos yates, ni mansiones de millonarios, ni ruidosos helipuertos. La única tienda, al otro lado de la isla, ofrecía poco más que las necesidades básicas, excepto durante los meses de verano. Entonces, la población de unos pocos cientos de personas se hinchaba por los veraneantes, los barcos que estaban de paso y las personas que venían a pasar el día.

Durante los nueve meses que ____ había vivido en la isla, se había alegrado de descubrir que no había nada que no pudiera comprar, cambiar, comprar por correo o, simplemente, pasarse sin ello.

Una nueva ráfaga de viento sacudió la casa hasta los cimientos mientras ella limpiaba los pinceles con rapidez y cubría la paleta con un trapo húmedo para impedir que se le secara la pintura. Tras apagar las luces, se llevó los tarros de agua a la cocina para enjuagarlos para el día siguiente.

Entonces, salió al exterior para asegurarse de que la puerta exterior y las contraventanas estaban bien aseguradas y que no había nada suelto que los fuertes vientos pudieran transformar en un misil en potencia.

InolvidableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora