Golpe (Beso) de suerte.

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— ¿Y? ¿Cómo fue que terminaron así de cerca?—preguntó Ron con genuino interés.

Estaban en la sala común, una vez más reunidos mientras el resto dormía luego de que tanto él como Draco fueran examinados por Madame Pomfrey, pero por suerte, sólo habían pasado algunos minutos de frío y no sufrirían consecuencias mayores que quizá un resfrío.

Ahora, era Harry quien estaba en el sillón frente a la chimenea, casi desaparecido bajo varias mantas, con una taza de chocolate caliente en sus manos y una sonrisa tonta y alegre en su rostro.
Estaba feliz.

Hermione recién llegaba, y Ginny ya se había dormido.
Ninguno le exigió que despertara. Luego de ver que Harry estaba bien, volvió a sus actividades y había estado encerrada en la biblioteca todo el día.
Ellos también deberían hacer lo mismo, pero primero debían centrarse en lo importante.
Y en esos instantes, lo más importante, era saber qué había pasado entre esos dos.

La pareja se acomodó junto a su amigo con otra manta y puso en el azabache toda su atención.

Pero Harry Potter aún permanecía en la tierra de las hadas, por decirlo de alguna manera.
En su mente seguía presente la imagen de Draco recostado sobre su pecho, en su cuerpo seguía la sensación de su tacto, y su piel aún ardía por su calor.

Seguía maravillado, y hasta podría decirse que extasiado de su vivencia más reciente con ese rubio engreído.
No sabía cómo poner en palabras cada una de sus emociones, y tampoco estaba seguro de querer compartir algo tan íntimo con los otros dos. Sí, eran amigos muy cercanos, habían pasado por muchas batallas y eran un apoyo incondicional para el otro, pero le avergonzaba admitir que sentía un afecto, cariño... Un amor tan ferviente.

Un amor que lo descolocaba, un amor que lo consumía de la forma más cálida y confortable que pudo imaginar jamás.

Y, ciertamente, se sentía mala persona por sentir tanto por alguien como Draco.
Ginny había sido una gran compañera desde un principio, había estado a su lado, imparable. Fuerte, decidida y comprensiva.

Pero, era por esa sinceridad recibida de ella que se había propuesto a ser sincero con ella también. Era lo menos que podía hacer, sus sentimientos no iban a cambiar, y no iba a mentirle a la joven Gryffindor.
Se sentía culpable y conforme a la vez.
Debía hacer exactamente lo que había hecho, sobre todo si planeaba tener algo más con Malfoy, pero que fuera lo correcto no significaba que le hiciera sentirse bien el llevarlo a cabo.

Estaba feliz y atontado por su momento tan íntimo y tranquilo con Draco, pero su corazón se comprimía al pensar en el sentir de Ginny.

— ¿Harry? ¿Sigues con nosotros, o tu alma abandonó tu cuerpo?—quiso saber Hermione mirando a su amigo con preocupación.

Se había quedado muy sumido en sus pensamientos mientras miraba sin ver la chimenea crepitar ante él.

— Lo siento, me dejé atrapar por mi mente—confesó ya menos entusiasmado que antes— Estoy aquí ¿Qué habían preguntado, qué querían saber?

— No te preocupes—habló la joven bruja, sin cambiar en lo absoluto su expresión. Sospechaba -y con razón de hacerlo- que esos instantes en que el azabache se había perdido en sus pensamientos, no había tenido una experiencia muy agradable.

— Había preguntado que cómo terminaste así de acaramelado con Malfoy—reiteró su amigo pelirrojo, igual de interesado en tener una respuesta como antes.

Las mejillas del azabache ardieron, y al mismo tiempo, el sillón escarlata debajo de él de pronto dejó de sentirse tan cómodo.
La culpa que le habían traído sus recientes análisis de lo que había hecho y quería hacer seguían alterando su paz.

10 Besos para enamorar a un Slytherin. |Drarry +18|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora