Una batalla más.

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No era justo, no era nada justo que tuviera que pasar otra vez por un proceso así.

Como bien había dicho una bruja muy amada, no había anciano, adulto, joven o niño en el mundo que no conociera su historia, que no supiera de quién se trataba al oír pronunciar su nombre, que no alabara su existencia, y ahora hazañas.

Y resta aclarar que para ser así de grande, se debe igualar la cantidad de retos con pérdidas en cada uno de ellos.
Primero sus padres, amigos, Cedric, su padrino, más amigos, profesores, gente que eligió estar con él y protegerlo contra el calvo desquiciado que se había puesto como meta acabar con su vida.

Y en cada una de esas ocasiones había librado una batalla, interna y física. Había requerido de preparación y compañía, de valor y energía para superar todo ello, y contra todo pronóstico, al final del día lograban vencer, hasta en la batalla de Hogwarts en que la victoria fue definitiva.

Es por eso, que esa tarde, en el patio de la escuela a penas reconstruida, cursando su último año para recibirse e iniciar su preparación para ser un auror del Ministerio de Magia, en ese instante en que Ron le hablaba sobre algo sin relevancia, de pronto había dejado de oírlo al estar cierto mago ante sus ojos.

Malfoy apareció desde el interior del castillo, y se paseó con su usual altanería por entre los demás estudiantes que disfrutaban el aire libre.
Se apoyó contra un árbol, y comenzó a comer en silencio la manzana verde que había sacado de un bolsillo de su túnica.

Toda su atención se centró en el Slytherin que no había detectado su presencia en absoluto, se le notaba absorto en su mundo, sólo comiendo la fruta e ignorando al perro faldero que se le había pegado luego de la derrota de Voldemort.
Era un muchachito delgado, de cabello castaño oscuro, una tez levemente bronceada y ojos miel inquisidores y molestos.
Su voz dejaba más aún por desear, siendo aguda y chillona, como si hubiera sido víctima de alguna broma, pero al parecer así sonaba normalmente.

Le resultó muy fácil volver a ignorar al extra, y centrarse de nueva cuenta en el rubio altanero que llevaba tiempo siendo su punto de total interés.

Su piel brillaba en cada sector que era alcanzado por el sol, en sus brazos, cuello y rostro, tan suave...
Su cabello era acariciado por una suave brisa, que lo elevaba con elegancia y volvía a caer con gracia en su frente.
¿Desde cuándo Malfoy se había vuelto tan atractivo?

Sus pensamientos se cortaron en el preciso momento en que la mirada color plata del Slytherin que llevaba tiempo observando se posaron en sus orbes, haciéndole desviar la vista en ese instante.

Su corazón se aceleró y se le escapó un suspiro.
Llevaba días, quizá semanas negándose a aceptar la verdad que inundaba su mente cada vez que ese rubio testarudo se atravesaba en su campo visual.

En un segundo se puso en pie, logrando finalmente que su pelirrojo amigo se callara, y luego de despedirse de él, se encamino lejos de allí dando grandes zancadas que lo terminaron guiando a un claro en el bosque.
Era un sector pequeño apenas libre de árboles, en el que que Harry se paseó de un lado a otro pensativo y teniendo una charla con su mente.

Realmente no estaba listo ni preparado mental o físicamente para un suceso como el que estaba viviendo en ese instante. Lo cierto es que llevaba tiempo de saberlo pero se había dado la libertad de ignorar por completo aquello que sentía.

Sus pasos erráticos resonaban sordos en el bosque sumando inquietud a su neurótico estado, y esa fue la razón por la que decidió entablar una charla consigo mismo, si bien no era la primera vez que hacía algo como ello, se sintió más extraño y quizás loco de lo que solía sentir las veces anteriores en que había recurrido a la catarsis para afrontar una situación de conflicto como esa tarde soleada solo en el bosque encantado.

10 Besos para enamorar a un Slytherin. |Drarry +18|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora