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Harry Styles colgó de golpe el teléfono y se dirigió a la ventana de su oficina en el piso diecinueve. Luego se quedó mirando Aotea Square, iluminada por el sol.

Acarició el telescopio que tenía instalado allí. El juguete perfecto para el ejecutivo perfecto, le había dicho su suegra cuando se lo regaló por navidades. Lo había instalado en su oficina para no herir los sentimientos de Susan. Los juguetes eran para los niños y lo último que un ejecutivo de una gran compañía necesitaba en su lugar de trabajo era algo que lo distrajera.

Frunció el ceño.

Una rubia en minifalda estaba cruzando la plaza, creando una ola magnética entre los hombres que pasaban por allí. Como impulsados por una fuerza invisible, los hombres que iban en su misma dirección se acercaban más a ella, mientras que los que iban en otras direcciones trataban de seguir un rumbo de intersección.

La siguió con el telescopio y la miró detenidamente. Estaba claro que era una rubia teñida, eso lo veía por el reflejo del sol en el cabello rubio platino y, a juzgar por la cantidad de pierna que mostraba y la forma provocativa de andar, era muy consciente del revuelo que estaba montando.

Harry sonrió amargamente cuando un joven casi se rompió el cuello por seguir mirándola. ¡Pobre idiota! Tal vez eso le enseñaría algo; pero lo dudaba.

Gracias a Dios, él era demasiado viejo para esas tonterías. Por fin había dominado la peligrosa fascinación que las rubias sexys y artificiales habían ejercido sobre él. Ahora las podía mirar e, incluso, admirar, como desde fuera. La experiencia le había enseñado que las mujeres que le prestan más atención al exterior solían ser las menos excitantes en la cama y las más egoístas emocionalmente.

Para Harry, esa mujer de ahí abajo no representaba un reto provocativo para su masculinidad, sino un desagradable recordatorio de su incipiente problema. Apartó el telescopio violentamente.

¡Mujeres!

En ese momento, podría haber mandado a todo el sexo femenino al infierno.

Pero las necesitaba... o, mejor, necesitaba a una mujer en particular.

Y ella, gracias a Dios, era la completa antítesis de la que estaba organizando ese revuelo allí abajo.

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