El colosal tumulto de dolor y pesadillas, no volvió a levantar sombra sobre su descanso. Eliana durmió apacible. Hasta que el amanecer trajo consigo una mañana sosegada, en lo que respecta a su vida cotidiana.
Ella solo produjo sus clásicas quejas, al ser despertada -con respecto a su opinión- cruelmente temprano por su padre. No profirió ninguna palabra después.
Los caravaneros desmantelaron el campamento, desayunaron las sobras del guiso de carne de la noche pasada y, sin perder un solo instante, enfilaron hacia Jerusalén.
Así fue como el viaje a través del candente desierto resumió, con el jefe a la cabeza.
El silencio y desanimo de Eliana hallaban razón en los llantos y confesiones de la noche pasada. Al no estar en constante protesta, el asombrado alivio de los caravaneros se le antojaba una molestia casi palpable, al captar sus miradas estupefactas sobre ella.
Uno de los integrantes más jóvenes: Simeón, de dieciséis años. Se acercó a ella, visiblemente preocupado.
-Oye, Eliana. ¿Te encuentras bien? -preguntó, con las manos abiertas como a la espera de un ataque veraz.
Ese ataque, fue la mirada que Eliana le clavó como puñal y luego retiró.
-Estoy bien -respondió, huraña.
Ella no le miraba, pero supo que le había lastimado con su aspereza, debido al patético tono de Simeón al responder.
-Oh... está bien. Lo lamento, Eliana. No quise molestarte...
Posterior a su disculpa, Simeón regresó a su lugar en la procesión.
Súbitamente, un fuerte alarido se escuchó más adelante. Era el jefe.
El corazón de Eliana dio un vuelco. No tuvo tiempo de entender lo había sucedido, hasta que vio que Yehudi había abandonado la compañía de su camello y, se dirigía directo hacia ella. La mirada del hombre estaba encendida en furia.
El jefe apuntó a Eliana con el dedo, su rostro se había puesto completamente rojo.
-¡Absalón! -rugió-. ¡Ya basta con tu hija! El pobre Simeón ha de ser el único además de ti que se preocupa por ella.
Ella sintió de nuevo la mirada de todos en la caravana. La vergüenza se apoderaba de ella debido a la reprimenda. Miró a su padre y notó esa misma vergüenza reflejada en su rostro.
-Lo siento, Yehudi -se disculpó Absalón-. Hablaré con ella.
Yehudi rascó su barba con tosquedad y giró hacia Eliana quién había quedado petrificada por aquel arrebato de furia, mas la mirada del jefe apaciguó un tanto.
-Yo entiendo -resopló, aún frustrado-. Prometo que entiendo a la niña, pero no es como si el tontillo de Simeón la hubiera pasado de lo más espléndido, ¿sabes? y perdóname por el espectáculo, pero -apuntó hacia donde se había ido el muchacho-. Ahora soy yo el que lo cuida.
Aquello tomó por sorpresa a Eliana. Ella no sabía que Yehudi se encargaba de Simeón.
Su padre bajó la mirada.
-Lo sé, Yehudi. Lo sé.
El jefe de la caravana retomó su lugar al frente y, todos continuaron con la marcha. Eliana se apresuró al lado de su padre, quién demostró un inusual acontecimiento de enojo, al asestarle una mirada amonestadora.
-Sería bueno, hija -la regañó, irritado-, que seas amable con el muchacho.
Eliana guardó silencio. Estaba aturdida y alarmada por la mirada de su padre.
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Su Nombre Era Eliana
SpiritualTodos los derechos reservados. Esta es la historia perdida de Eliana, una niña cuya familia se vio involucrada en la terrible matanza de los inocentes en Belén cuando "Herodes El Grande" reinaba injustamente sobre Israel. La vida de Eliana nunca fue...