Capítulo 5: Entre sueños, burlas y tragedias.

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Los sueños son la manifestación intrínseca del afán íntimo y personal, son la puerta a la etérea bondad subconsciente que forja un mundo más ideal. La emoción producida por el corazón de un soñador es poderosa, a veces lo suficiente como para convertir un concepto imposible en un auténtico hecho.

El cuerpo envejece, se deteriora, y ultimadamente perece. Los sueños, sin embargo, no son efímeros, son eternos, y esta eternidad se encuentra en los que se atrevieron a soñar.

Para nuestra siempre huraña Eliana, nunca fue inusual escuchar los relatos de su madre a través de su padre, pero un día cuando ella tenía 8 años, desperdigada entre las anécdotas del ayer, ella encontró una bella herencia: la eternidad del soñador, y así entendió que su madre había pertenecido alguna vez a la estirpe soñadora.

Y cuando hablamos de los sueños —sobre todo para el futuro— con frecuencia nos referimos a metas extravagantes, sobre viajes y dinero o mansiones u otras vanidades, pero la ambición de estos asuntos nos sobraría con creces para describir el sueño de Ashira.

Se trataba de un sueño que a simple vista, carecía de importancia en un mundo donde el triunfo, económico o social, sería perseguido con vehemencia por la mayoría de sus habitantes.

El mayor anhelo de Ashira, su sueño especial...

Era solamente contar historias.

Solía decir Absalón que el mayor anhelo de su esposa se encontraba en la vejez, en llegar al momento en el que sus cabellos se volvieran blancos y las arrugas ostentaran rostro. Y allí, en los momentos que un sabio tacharía como últimos, sus temblorosas manos se fortalecerían para sostener la promesa de su mañana.

Esa promesa estaba conformada por los hijos de sus amados Natán y Eliana.

Solo allí hubiera cumplido su mayor sueño: brindarle a sus nietos los hermosos relatos de antaño. Y esos relatos se convirtieron en las ahogadas anécdotas de una vida extinguida; mas esa pequeña ambición se rehusó a perecer y persistió más allá de la muerte de su dueña, se templó y se aferró a otra alma.

Así fue como Ashira sobrevivió, convertirtiéndose ella misma en un relato, guardado con amor, en el corazón de su hija.

Y aunque Eliana no creía tener relatos felices, cada vez que llegaba a un lugar, y este le producía un sentir especial, ella siempre esperaba que ocurriera algo extraordinario, y este afán era solo para obtener la historia que su madre hubiera deseado.

Ese suceso jamás se le había presentado antes, pero ella tenía grandes expectativas sobre Jerusalén.

Después de la charla estratégica, la caravana se alejó del portal de entrada.

Absalón les informó que se encontraban en la colina del sector bajo de la ciudad, y que debían enfilar noreste hacia el teatro de Herodes, el punto de ventas, en el sector superior.

Solo le bastó escuchar la palabra «teatro» para quedar enamorada de la idea, pensó en miles de formas para escabullirse dentro cuando los demás estuvieran trabajando.

Avanzaron por las escarpadas calles, paralelos a una hilera de viviendas a mano derecha que se extendía casi hasta topar la muralla este. Tuvieron que maniobrar bien su procesión, puesto que las calles rebosaban de gente.

A lo largo del camino casi impactaron con varias personas: niños que jugaban, constructores que llevaban sus utensilios y uno que otro transeúnte distraído, esto la fastidió mucho.

Absalón brindó un poco más de información sobre la ciudad.

—Para los que nunca han venido aquí antes —apuntó hacia atrás—, si miramos exactamente al este de donde entramos encontraremos el estanque de Siloé, ese lugar sería la punta sureste de la ciudad.

Su Nombre Era ElianaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora