Réquiem

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Advertencias: Este fic contiene violencia, canibalismo, adicción a las drogas, beso cuando uno de los implicados está borracho y problemas mentales.

...

«Quien con monstruos lucha, cuide de convertirse a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti».

Friedrich Nietzsche

La guerra deja un regusto a sangre y muerte en la garganta, que se niega a desaparecer por más que trates de empujarlo hacia el esófago. Al principio, solo ves ojos vacíos y cadáveres y lágrimas y gritos. Hay dolor, sangre y la terrible certeza de que nada volverá a ser lo mismo. 

Luego, llega el alivio. La paz. La reconstrucción y la necesidad de respirar. No desaparecen las pesadillas, ni los monstruos, ni el dolor que te come por dentro y a veces te ahoga tanto que no puedes respirar, no puedes respirar, no puedes respirar.

Pero respiras. Y sigues adelante.

Afortunadamente, Harry vive.

Es un milagro más propio del protagonista heroico de una historia de ficción que algo posible en la vida real, pero Harry prefiere no cuestionarlo, incluso aunque una voz al fondo de su cabeza le insista en que no puede ser tan fácil. Que su destino era la muerte y que ya había escapado demasiadas veces de ella.

(Harry se acurruca todas las noches sobre los restos de los Horrocruxes destrozados y vacíos que logró conservar, tratando de ignorar el frío que le cala los huesos sin importar lo mucho que se abrigue e intentando auto convencerse de que es un ser completo).

Los meses tras la muerte de Voldemort son un borrón difuso y confuso. Harry recuerda fiestas, juicios y funerales, todos tan cercanos unos de otros que se entremezclan en su memoria y acaba con la vívida imagen de haber bailado una conga delante de la tumba de Fred Weasley.

Le entregan una Orden de Merlín (Primera Clase), le dan un asiento en el Wizengamot y lo nombran Héroe de la Comunidad Mágica. Harry sonríe, acepta y hace reportajes donde no desvela absolutamente nada íntimo o importante.

(Por las noches se abraza a los Horrocruxes destrozados y llora hasta quedarse dormido repitiendo en una especie de mantra que no soy él, no soy él, no soy él).

Hay paz y hay reconstrucción y hay alivio. Hogwarts vuelve a alzarse piedra por piedra; Ron ayuda a George a reabrir Sortilegios Weasley; Hermione retoma su último año de educación mágica para luego entrar a trabajar al Ministerio, dispuesta a cambiar el mundo; Ginny lo abraza con fiereza antes de irse a pasar una temporada con Charlie en Rumanía, porque necesita despejarse.

—Te quiero, Harry —le dice al oído en ese abrazo—. Pero no creo que seamos buenos el uno para el otro ahora mismo.

Se marcha con ojos seguros y expresión endurecida por el dolor y la pérdida, y Harry no siente absolutamente nada.

(A veces, cuando el techo de su habitación en Grimmauld Place se le cae encima y se le corta la respiración, Harry se lleva la mano bajo el pantalón y trata de pensar en otra cosa. La masturbación siempre le ha servido como elemento de evasión y desea tanto sentir un mínimo de placer o alivio que se toca furioso e ignora el dolor y las ganas de llorar.

Piensa en Ginny, en Cho, en Cedric, en Oliver Wood, en Bill Weasley o Fleur Delacour.

Nunca logra correrse).

Justo un día antes de iniciar su entrenamiento como auror, le llega un llamamiento de Gringotts.

Harry acude con manos sudorosas y el estómago hecho un nudo, porque aunque técnicamente todas sus ilegalidades cometidas en tiempos de guerra han sido perdonadas por ser consideradas necesarias para derrotar a Voldemort, Harry sospecha que los duendes no han olvidado el destrozo del banco mágico.

Alias HarryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora