1- Feliz cumpleaños

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                                               FELIZ CUMPLEAÑOS

        ―Con cubiertos y plato de plástico, ¿verdad?―preguntó la cocinera con una amistosa y ancha sonrisa.

        Charlie asintió levemente con la cabeza. No sabía por qué seguía haciéndole la misma pregunta cada día; llevaba tres años y medio acudiendo a ese comedor social cada noche. Se quitó los guantes rojos y raídos de piel sintética para que el endeble plato no se le escurriera entre las manos.

        ―Esta noche hace un poco más de calor, se agradece bastante, ¿no crees?―insistió la mujer.

        Cada noche le hacía la misma pregunta acompañada, como de costumbre, de algún irrelevante comentario acerca del tiempo o de su ajetreada jornada de trabajo. La cocinera no perdía la esperanza, pensaba que algún día conseguiría sacarle más de tres palabras seguidas a Charlie.

        ―Mmmhmm―se limitó a musitar.

        “Teniendo en cuenta que tengo que dormir en un mugriento callejón en el que normalmente no logro conciliar el sueño por culpa de las tiritonas que me producen las bajas temperaturas de Canadá los trescientos sesenta y cinco días del año; sí, se agradece” pensó Charlie.

        La cocinera se puso un rubio y desgastado mechón que se le escapaba del gorro de trabajo detrás de la oreja, desilusionada. Le tendió el plato a Charlie. Alargó el brazo para alcanzarlo y lo apartó lo más rápido que pudo con la intención de no rozar la mano de la amable mujer. No era nada personal, de hecho, le caía bastante bien aquella cocinera, simplemente Charlie era una chica de pocas palabras.

        Sostuvo el plato en una mano mientras con la otra se colocaba sobre el hombro el petate que había depositado en el suelo mientras esperaba la cola. Recorrió los veinte metros que le separaban de la puerta de salida a paso ligero, abrió la puerta de un empujón con el pie derecho y salió a la oscuridad de la calle.

        Era 1 de junio. El calor había llegado a Thunder Bay, Ontario, aunque, como mucho,había diecinueve o veinte grados. Era un lugar bastante apacible para vivir pero Charlie no podía disfrutar del lugar; ni de ese ni de ninguno.

        Había nacido en Dawson (eso era lo que ella pensaba, por lo menos) y al cumplir los catorce años comenzó a viajar, buscando su lugar, un sitio en el que se sintiese a gusto, por una vez en su vida. Se recorrió Estados Unidos caminando, quedándose por temporadas en las ciudades que más le habían gustado. Cuando llevaba ya un par de meses en Manhattan se dio cuenta de que el problema no estaba en los lugares que visitaba. El problema no eran los edificios, ni los largos y duros inviernos, ni la contaminación acústica de las calles, ni las personas que las habitaban. El problema estaba en ella, nunca se sentía a gusto en ninguna parte, y eso le había mantenido en movimiento durante gran parte de su vida, pero ya no. Decidió volver a Canadá, apostando por Thunder Bay, donde ya llevaba casi cuatro años.

        Caminó hasta un parque cercano que daba al hermoso Lake Superior. Era un lago de gran extensión, a Charlie le gustaba porque le recordaba al mar, sin embargo, la impasible quietud de las aguas le resultaba un poco inquietante.

        Se sentó en un banco y engulló las pastosas judías verdes sin apenas darse cuenta de lo que eran. La mayoría de los días intentaba guardar restos para el día siguiente, pero esa vez no pudo resistirse y se lo comió todo. El hambre era como un monstruo horrible que iba a visitarla a diario con una sonrisa socarrona. Si no comía lo suficiente, se sentía enfadada y frustrada y le afectaba en todo lo que hacía durante el día, y si con suerte comía demasiado, se enfadaba igualmente por no ser precavida y no guardar comida. Conclusión: estaba de mal humor los siete días de la semana.

Los seis elementosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora