4- El escarabajo verde

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                                                                 4

                                             EL ESCARABAJO VERDE

        La señora Kinney volvió a los pensamientos de Charlie. “Sé que piensas que tú no tienes cabida en este mundo, que no hay esperanza para ti. Eso no es verdad, Charlotte. Encuéntrala. Encuentra ese rayo de esperanza, búscalo y agárrate a él cuando lo encuentres, ¿lo prometes?”, era como si la señora Kinney estuviese a su lado susurrándole al oído.

        Se quedó paralizada, con la sangre cristalizada. Una aguda punzada penetró en su pecho, instalándose entre los pulmones.

        ―¿Estás bien, Charlie?―preguntó Shailene con un matiz de alarma en el tono de voz.

        ―¿Conocía a mis padres?

        Shailene asintió con extremada lentitud por miedo a la reacción que la noticia podía acarrear.

        ―Lo cierto es que no puedo darte muchos detalles al respecto. Me gustaría, pero el director no nos ha contado demasiadas cosas. Le gustaría hacerlo personalmente para responder a tus preguntas. Por eso nos envió a buscarte. Le gustaría que visitases la Academia, enseñarte las instalaciones, mostrarte las posibilidades que tienes. Siempre lleva a cabo el mismo modus operandi. Después la pelota estaría en tu tejado. Tú decidirías si te quedas o no, eres libre, por supuesto. Incluso si ahora mismo no quieres venir con nosotros no hay ningún problema. Nos iremos y no te molestaremos nunca más si así lo deseas.

        Shailene habló sin parar durante un minuto, con rapidez y sin intervalos de tiempo entre oración y oración. Milagrosamente Charlie comprendió lo que había dicho.

        ―Puedo... ¿podría pensarlo unos minutos?―pidió con un hilo de voz.

        ―Claro, claro; por supuesto.

        Shailene se puso en pie de un salto y posó una mano sobre el hombro de Charlie, con cuidado de no tocar su piel.

        ―Estaré allí con Andy, ¿vale?―aseguró mientras señalaba con el dedo el otro extremo del muelle en el que Andrew esperaba con paciencia.

        Se alejó dando pequeños saltitos como si fuera una gacela.

        Le había hecho una promesa a la señora Kinney hacía muchos años; lo que acababa de ocurrir había sido como un halo de luz fosforescente en medio de la oscuridad. Pero, ¿y si había gato encerrado? ¿Y si todo no era como Shailene había dicho? No conocía a esas personas. No podía fiarse.

        Pero si no iba nunca conocería las respuestas acerca de sus padres. Había vivido dieciocho años sin saber nada al respecto, ¿podría aguantar toda una vida de pleno desconocimiento de sus raíces?

        De todos modos, no tenía mucho que perder. Si iba y no le agradaba lo que encontraba se iría. Por lo menos, el lugar era real, porque lo había visto en los recuerdos de Andy, así que de eso no tenía que preocuparse, una mente nunca podía engañar, no podían insuflarse recuerdos falsos. Ese hecho lograba tranquilizar mínimamente su ansiedad.

        Y además, ¿qué podía ser peor que la vida que llevaba?

        Si no se arriesgaba y rechazaba la invitación nunca se lo perdonaría. Necesitaba encontrar respuestas, o por lo menos intentarlo, quitarse la duda para poder tener la conciencia tranquila. Si ese hombre conocía a sus padres podría, como poco, decirle cómo se llamaban. Con un poco de suerte, podría incluso averiguar cómo eran, qué les gustaba, qué hacían.

Los seis elementosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora