Ahí estaba ella, cómo todas las noches después de una larga jornada de trabajo en el hospital. Mirando su reflejo impasible en el espejo, cepillando su largo cabello rosa y tratando de amedrentar ese nerviosismo que le nacía del pecho, y se hundía en el fondo de su estómago. La noche ya se estaba adentrando y, la gran luna llena se iba a asomando más y más. Se quitó la bata de baño y se acomodó un lindo kimono blanco tan lentamente, fingiendo que aquella tela era la caricia del amante añorado.
Luego, con la misma parsimonia de sus manos, ató el obbi, tratando de que no se formasen las arrugas en él. Trató, inútilmente de acomodarse el cabello en un moño, pues ya estaba lo suficientemente largo y espeso como para permitir cargarlo en la nuca como si no pesara kilogramos. Sonrío para sí misma, cuando se percató que su tez blanca y sus labios naturalmente rosas no requerían de nada más. No es que fuera presuntuosa, pero reconocía que a sus 18 años, su cuerpo adquirió sin más los detalles finos de la juventud, dejando detrás a la niña de la frente amplia. Claro que, sus atributos no eran como los de su mejor amiga Yamanaka Ino pero al menos no se quedó como una escoba tableada.
Volvió a suspirar, y esta vez el nerviosismo se acrecentó. El viento que entró por la ventana, trajo consigo el aroma, ese, aroma. Su aroma. Un aroma que había inundado su habitación incontables veces.
Tímidamente giró sobre sus talones y no pudo evitar que sus manos temblaran. Ahí estaba él, como cada noche que regresaba de misión. Lentamente, ella bajó las manos y alisó la tela del kimono, quería estar presentable para él, y sobre todo deseable. En su ventana yacía un hombre de complexión delgada, que a pesar del traje AMBU dejaba notar su fibrosa musculatura. El viento volvió a soplar, provocando que la larga melena castaña de aquel sujeto se meneara sobre sus hombros anchos, acariciando levemente el tatuaje típico de un ninja de su rango.
Ella tragó saliva cuando lo vio poner los pies sobre el piso de madera, con tal delicadeza y elegancia muy propias. Al parecer, se había cansado de observar acuclillado en el marco de aquella pequeña ventana. Él se colocó frente a ella aún con la máscara puesta. Sin siquiera darse cuenta, ella ladeó el rostro, tratando de imaginarse los gestos detrás de esa máscara que simulaba, irónicamente un pájaro.
¿Los pájaros suelen ser libres cierto? Capaces de elegir su vuelo, dirección y su viaje. Curiosamente los AMBU no, o al menos eso le había dicho su antiguo Sensei cuando hubo explicado a ella y a sus ex compañeros de equipo lo que significaba pertenecer a las tropas ninja de esa categoría. No quiso pensar mucho en ello, no quería adentrarse en esas malditas reglas que arruinaban todo. Ella cerró los ojos, casi como un gesto meramente infantil al sentir la áspera mano del hombre pasearse por su mejilla derecha, cuan agradable era esa caricia muy a pesar de que se fijaran como lijas. Los guantes del joven estaban ajados, seguramente por la ardua pelea.
Él sabía que su tacto no era precisamente el rose de un pétalo pero ansiaba tocarla, ansiaba estrecharla contra su pecho y fundirse en ese cuerpo diminuto que lo hacía enloquecer. No sabía cuán mal estaba por esa mujer, o podría decirse bien-dependiendo del punto en que se viera- cuando hubo estado a punto de morir en esa misión. Ni siquiera reparó en ir a la enfermería por muchas que fueran las insistencias de su escandaloso Sensei o sus compañeros de misión. Él lo único que deseaba era verla.
-Has tardado-apenas dijo ella con un hilo de voz. Abrió sus grandes ojos color esmeralda y lo miró fijamente. Después, la mano femenina, vaciante se dirigió a la máscara-
Ella retiró la impoluta pieza con cuidado y sus ojos se abrieron de sobre manera.
-¡Por todos los dioses! ¿Has ido a la enfermería ya?-le dijo con la voz trémula y evidentemente alarmada-
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El sauce llorón [NEJISAKU]
RomanceUna dama oscura, solitaria entre los mortales siempre hablaba con un árbol de sus desventuras y amores. Limpio era el corazón de esta dama, con lo que el árbol se enamoró de ella. Todos los días se veían, fuera noche o día, el árbol siempre la escuc...