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- ¿Que hiciste qué?

Lena sonrió a su ayudante, la librería estaba apunto de abrir y Sam se había quedado de piedra cuando Lena le había contado todo lo que había pasado el día anterior.

- Que dejé que una desconocida que había llamado a mi casa por error hiciese de psicólogo durante un rato. Era muy agradable aunque tenía un tremendo resfriado que a veces era difícil entenderle.

- Estás loca ¿Quién sabe qué clase de chiflada podría ser? Ahora podría volver a llamarte para decirte obscenidades.

Lena se echó a reír

- Anoche tuvo la oportunidad de hacerlo y no lo hizo ¿Qué crees que pueda pasar? ¿Qué me llame hoy y me diga que ayer se le olvidó decírmelas? Sé que te parecerá raro pero pasé un buen rato, está bien poder hablar con alguien sin temor a que vaya a tener repercusiones en un futuro. No le conozco, y ella no me conoce. No tenía que preocuparme por lo que pensase de mí si decía alguna estupidez.

Sam abrió la puerta de la tienda y dio la vuelta al cartel de cerrado.

- Bueno... Supongo que después de lo que has pasado no podías pensar demasiado claro, de todas formas si yo estuviese en tu lugar le daba un puñetazo en las mismísimas narices a James Olsen. No, mejor aún: le mandaba una de esas rosas negras o algo desagradable, como una rata por ejemplo. Hay una empresa que se dedica a entregar toda clase de cosas raras, una rata para otra rata. Me gusta la idea.

Lena estaba preparando las cajas registradoras y se echó a reír.

- Hay una especie de justicia poética en esas cosas, pero si quieres que te diga la verdad no me gustaría darle la satisfacción de qué pensase que me importaba tanto, además es que no es verdad.

- ¿Estás segura?

- Completamente, puedes burlarte todo lo que quieras de mi psicóloga anónima pero me sirvió de mucho hablar con ella anoche, es mas hasta voy a empezar a hacer ejercicio.

En ese momento entró un cliente pero como parecía con intención de hojear, siguieron hablando.

-¿De verdad? Eso es estupendo. Yo tengo que admitir que he desistido de las clases de aerobics, no estaba lo bastante motivada, si vas con alguien es más divertido. Además se acerca el verano y tengo que ponerme en forma.

Lena asintió.

- Yo también, mis muslos y yo hemos llegado a un callejón sin salida: ellos quieren seguir tal y como están y yo quiero que adelgacen.

- No tienes porque perder peso - contestó Sam - Creo que lo tuyo es un complejo que no tiene nada que ver con tus muslos.

- De niña era regordeta y aunque puede que no necesite perder peso, lo que sí que necesito es hacer ejercicio para tonificar mis músculos. Dejar que el cuerpo se ponga flácido y blandengue no es bueno para la confianza de uno mismo. Hacer ejercicio regularmente te ayuda a sentirte mejor.

- Así es - asintió Sam.

- Pero no sé si quiero hacer aerobics. Creo que me aburriría haciendo lo mismo todo el tiempo.

- Es verdad; esa es una de las razones por las que lo he dejado, quizá pudiésemos probar con algo diferente, como nadar o correr dos días a la semana y hacer aerobics los otros tres.

Lena hizo una mueca.

- Eso es demasiado.

- No creas, el otro día vi un médico en la televisión que decía que para obtener algún beneficio real, tienes que hacer ejercicio al menos cuatro días a la semana.

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