Carta nueve

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Una disculpa

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Una disculpa.

Eso te debo, pero tú me debes miles.

¿Por qué te quedaste callado tantas veces? ¿Por qué te temblaba la voz cuando tenías que ser firme y defender la verdad?

Eres una marioneta que tiene miedo de su titiritero y está bien y es normal y te entiendo, pero eso no significa que dañen a terceros.

Un espectáculo de marionetas sirve para entretener, no para herir, ni menospreciar, ni para provocar lágrimas, mucho menos para denigrar a otros seres.

¿Es ese el hombre que ya eres? Porque esto no es la primaria. Esto no se trata de niñitos pequeños jugando a ser adultos. Es todo lo contrario.

Ustedes eran adultos jugando a ser niñitos bobos. Se hacían los inocentes, los que no encajaban y enredaban a las personas bajo el manto de sus conocimientos sobre muchas áreas en las que nosotros no éramos expertos.

Querían tener la razón, pero jamás admitían cuando estaban equivocados.

No les replico que no eran buenos trabajando en conjunto, lo hacían. Sin embargo, únicamente colaboraban bajo sus términos, creando acuerdos que únicamente los beneficiaban a ustedes y dejando de lado al resto, a los que ustedes llamaban idiotas e inútiles.

Su cuarteto se regía por una omertà bastante rigurosa. Sólo lanzaban apologías para su adalid.

Lo defendiste siempre.

A pesar de sus insultos, a pesar de sus tratos denigrantes, a pesar de que afirmaste que me defenderías si me lastimaban, lo defendiste a él.

A pesar de que él solía denigrarte cuando no estabas, a pesar de que se burlaba de tu capacidad, a pesar de todo, lo defendiste.

Lo defendiste y lo seguiste defendiendo incluso cuando se fue.

Creo que sé por qué lo hiciste.

Creo que en la eterna búsqueda de aceptación y afiliación que tiene el ser humano, tú encontraste en él un buen dirigente.

Acepto que todos nos equivocamos al elegir a quién seguimos, pero se vale recomponer el camino. Lastimosamente, tú no lo hiciste.

Nuestro mayor problema radica en que buscamos líderes, en lugar de tratar de ser líderes. Es un rasgo de comodidad y está bien. Así se nos educó. Lo que no apruebo es detenerte ante una injusticia.

No te pido que actúes porque sé lo complejo que a veces puede ser el involucrarse. Tampoco te pido que detengas todo el mal que hay en el mundo, pero sí que no te inmutes ante él.

Te solicito, de la manera más atenta, que muestres tu opinión propia, que actúes por ti y no por agradar a alguien más.

El silencio ante una burla quizá no es un acto de detención, pero para quien es la víctima el hecho de que todos rieron, excepto tú, es un rayo esperanzador de que las cosas pueden cambiar.

¿Sabes cuántas cosas pudiste cambiar? ¿Cuántas sonrisas pudiste mantener a salvo? ¿Cuántas lágrimas previniste?

¿A cuántas personas a lo largo de la vida heriste de manera indirecta? ¿Lo sabes con exactitud? ¿Recuerdas todos los nombres, los rostros? ¿Algo?

Los buenos recuerdos se mantienen y los malos, se marchan. ¿Crees en eso? ¿No crees que es al revés?

A veces las lágrimas son más duraderas que las risas y retornan muy seguido con el alcohol o los cigarrillos, incluso sin éstos.

Algunas veces todo se acaba, pero en otras ocasiones no hace más que repetirse eternamente. Una y otra vez el mismo motivo, el mismo llanto, en diferentes tiempos y lugares, pero igual de amargos porque el corazón herido recuerda lo que sintió la primera vez y acarrea toda la nostalgia acumulada.

Las palabras son igual de incisivas que las navajas. Hay que elegir con sumo cuidado lo que decimos porque no sabemos a quién heriremos ni el daño que le haremos.

Muchas veces yo me equivoqué. Tú también lo hiciste.

Yo me detuve. Tú continuaste.

Salí corriendo infinidad de veces por el miedo, pero encontraba una forma de regresar y pedir disculpas. Tú seguiste con paso lento, la mirada altiva y jamás volteaste a preguntarle a tu víctima si se encontraba bien.

Entiendo que a veces el miedo puede ser más imponente que la valentía, pero lo que realmente deseas hacer se hace con o sin miedo, con o sin valentía. A veces te pueden temblar las piernas, el corazón puede latirte velozmente, las lágrimas pueden estar a punto de ser derramadas, pero vas por aquello que persigues; incluso si es una disculpa sincera.

Las personas clasifican a otras por sus capacidades y ahora sé que contigo jamás conté ni contaré. De igual forma que ahora entiendo que el permanecer tranquilo mientras alguien más es herido, cuenta como hacerle daño también.

Eres la representación máxima del refrán siciliano: Cu è Surdu, orbu e taci, mpaci Campa cent'anni (El que es sordo, ciego y mudo vive cien años en paz).

Realmente espero que esos cien años que te compraste con tu silencio, ceguera y sordera, te sirvan para reflexionar sobre el daño causado debido a tu inacción porque yo no tendré ese tiempo.

Yo sí hablé, yo sí vi y yo sí escuché.

Yo recibí mi castigo y espero que tú disfrutes de tu recompensa. 

Once cartas de odio y una de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora