Carta diez

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Gracias por todo lo que me enseñaste

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Gracias por todo lo que me enseñaste.

No te disculpo por todo lo que me heriste.

Cuando dijiste que no estabas siendo ni la mitad de todo lo desgraciado que podías ser, confieso que pensé que te jactabas de ti mismo, que intentabas impresionar con tu masculinidad e imponer tu personalidad gélida.

¡Qué ilusa fui!

Me heriste y no sé si estabas siendo todo lo desgraciado que eres o si sólo usabas un porcentaje de tu maldad. A veces, cuando no estaba intimidada por tus palabras, me ponía a pensar en qué momento decidiste convertirme en tu objetivo de odio. ¿Fue cuando me negué a tener sexo contigo? ¿Fue cuando no acepté tus obsequios para comprar mis decisiones? ¿Te impedí comprarme y eso te molesto tanto que decidiste destruirme con lentitud frívola?

No ibas a hacerlo con rapidez porque no sería divertido para ti. Así que me recluiste en un sitio donde nunca pensé estar. Me hiciste ingerir medicamentos que la niña que fui ni siquiera sabía que existían. Me convertiste en la persona que no deseé ser. Impusiste el pensamiento de que merecía todas las desgracias que me dedicabas. Me destruiste y una parte de mí es consciente de que la única culpable fui yo.

Sí, tú tenías el poder hiriente, pero yo no tuve la capacidad de resistir el daño atroz que me dedicabas cada día al llegar. Si yo hubiera sido más osada, si hubiera tenido amigos, si el resto no hubiera apartado la mirada, tal vez yo habría soportado. Quizá la conjunción de elementos fue precisa para permitirte herirme. Muy probablemente el destino me hizo pagar contigo cada acto malo que realicé sin ser consciente.

No puedo escribirte sin llorar, no puedo recordarte sin que un miedo me invada. No puedo rescatar momentos alegres contigo porque todo lo que me brindaste fue temor. Te permitía tocarme porque estaba asustada de que me hicieras algo peor. Si eso sucedía con un simple tacto en el hombro, no quiero imaginar lo que habría hecho si te atrevías a propasarte en privado. Es por eso que jamás accedía a estar en soledad contigo. Tú habrías tergiversado todo. Sin la necesidad de momentos así, tuviste el poder de convertirme en la desgraciada mentirosa de la que todos tus amigos se burlaban.

Tú me destruiste, dejaste mi fortaleza en fragmentos tan pequeños que el viento arrasó con enorme facilidad. Me dejaste indefensa en un páramo desolado en el que criaturas infames me acecharon. No obstante, mi eterno héroe apareció y me salvó.

Apuesto a que no te lo esperabas.

Podría asegurar que por tu mente jamás cruzó la idea de que habría personas dispuestas a protegerme. Tu hermético pensamiento sobre el amor te dejó creer que me habías hundido tanto que ya nadie querría mirarme. Te equivocaste. Aquellos que desprecias, que tachas de imbéciles, de porquería, a quienes denigras y observas por encima del hombro, se dieron el espacio y tiempo para mirarme de otra forma, para enseñarme que tu putrefacción no tenía la capacidad de ahogarme por completo.

Quizá sigo siendo una bazofia y la más grande farsa, pero estoy recomponiéndome y, aunque quiero perdonarte, sigo odiándote.

Alguien me dijo que el odio te destruye, pero yo creo que a veces también te da el poder de reconstruirte.

Me heriste tanto, me impediste ser feliz durante cuatro años y sigues alardeando sobre ti mismo. Ojalá puedas continuar haciéndolo, pero lejos de mí. Ojalá nunca volvamos a cruzar nuestros caminos. Eso es lo único que pido.

Eliminarte de mi memoria ya no puedo, pero sí tengo la capacidad para evitar tu presencia en mi futuro.

Lamento que no te hayan amado como merecías y que ahora recurras a la amargura y desolación. No obstante, eso no me libra de desearte que un día obtengas un poco de todo lo que tú das. Sé que no lo harás. El mal a veces sí gana y cuando ocurre, los héroes tienen que esconderse, sobrevivir y esperar que la continuación de la historia contenga el final justo que se anhela.

Sin embargo, yo no soy un héroe, sólo soy una persona más y no tengo nada que esperar. Tengo mucho en lo que trabajar. 

Once cartas de odio y una de amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora