CAPÍTULO 10. OJOS SIN ROSTRO.

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«A la memoria amada de María Luisa Acuña Martínez»

..."Porque, sin buscarte te ando encontrando por todos lados, principalmente cuando cierro los ojos"... Julio Cortázar.

Boyoli apagó el motor de su Land Rover y al abrigo de la oscuridad bajó de este llevando un bolso de viaje y un porta traje colgando de su hombro.

Al atravesar el iluminado jardín trasero del hospital rumbo a los vestidores para médicos, una brisa fresca le acarició el rostro. Un solemne silencio parecía despedirse de una brillante media luna a minutos de que las primeras luces del alba subieran.

Aspiró complacido y permitió que el húmedo aire del césped se expandiera por sus fosas nasales. Sería una excelente mañana para la cirugía de la señorita Márquez.

Minutos después ya se encontraba vistiendo su ropa quirúrgica y lavando con sumo cuidado sus manos.

Empujó con su espalda la puerta abatible del quirófano y un par de circulantes se acercaron a él para colocarle los guantes y ajustarle la bata quirúrgica.

Su paciente ya se encontraba sedada.

Él observó reverente el daño que exhibía su rostro, y pensó en cómo algunas personas tenían absoluta falta de humanidad.

«¿Crees que desearía haber muerto?» había preguntado con mofa Héctor Cifuentes luego de haber irrumpido en su despacho cuando aquella mujer se retiraba. El insensible comentario provocó que una dolorosa imagen destellara en la mente de Boyoli. Apretó los dientes y se abstuvo de decirle a aquel hombre lo desagradable que le parecía, y por supuesto no discutiría con él sobre ningún paciente suyo. Sin embargo, él sabía que la familia de esa mujer la prefería viva.

«Te verás tan bien que nadie volverá a hacerse esa pregunta. Mucho menos tú» prometió en silencio a la joven mujer que yacía silenciosa en la plancha de cirugía.

Con un decidido movimiento de su cabeza indicó a una circulante que encendiera la música y el soft rock de Eyes Without A Face By Billy Idol comenzó a sonar.

Emmanuel extendió su mano derecha a la instrumentista y ella le facilitó el escalpelo. Entre los gorros quirúrgicos y los cubre bocas solo quedaron expuestos sus ojos. Azul contra azul. ¡Mon Dieu!

Oscuras visiones surgieron en la mente del cirujano, eléctricas imágenes de una tormentosa noche y de nuevo aquella puerta de un auto cerrándose mientras que un pequeño niño rubio caía de rodillas, hipeando de dolor.

—¿Todo bien Boyoli? —escuchó que preguntaba su ayudante, el cirujano Pedro Benítez.

—Todo en orden. Comencemos —dictó Boyoli dirigiendo a su pupilo una cuidadosa mirada.

Realizó el primer corte en la cara interior del muslo para utilizarla como banco de piel y se esforzó por quitarse esa absurda idea de que al haber mirado a los ojos a Ana Eugenia había sido como verse a sí mismo.

Se concentró en su paciente y reparó satisfactoriamente el ojo y la mandíbula.

—Hoja quince —ordenó a la instrumentista extendiendo su mano.

Una circulante presionó una gasa sobre su frente absorbiendo así una fina capa de sudor. Boyoli estrechó la mirada al observar el pómulo que debía reconstruir.

—La trayectoria del daño es extraña —compartió Boyoli a Pedro y este ladeó un poco la cabeza.

—Estaba borracha Emmanuel, tuvo suerte de que su cerebro no terminara en la pintura de aquella habitación junto con su mandíbula —expresó el otro médico con voz dura, censurando a la mujer.

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