CAPÍTULO 7. NO SOMOS HISTORIA ANTIGUA.

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..."Pero, en definitiva, ¿qué es lo nuestro? Por ahora, al menos, es una especie de complicidad frente a otros, un secreto compartido, un pacto unilateral. Naturalmente, esto no es una aventura, ni un programa, ni —menos que menos— un noviazgo. Sin embargo, es algo más que una amistad"... Mario Benedetti.

Lu compuso una sonrisa de despedida a Silvain Berger, después de que el señor la sorprendiera besando sus mejillas dos veces. La joven reunía sus cosas, mientras escuchaba a Emmanuel prometer al caballero visitarle pronto.

Habían terminado su primer reunión de trabajo y Lu debió no perder detalle, lo mismo que de ocultar su nerviosismo después de aquel candente sueño que incluía a Boyoli.

—¿Comemos juntos? —preguntó su amado tormento cerrando la puerta.

El sonido del silencio que se instaló en la sala le disparó las pulsaciones a la joven.

—Encargué un sándwich en la cafetería —replicó ella encogiéndose de hombros—, pero gracias.

Lu se aseguró de mantenerse de espaldas a él. Emmanuel era demasiado perceptivo y la leía con suma facilidad, no deseaba que descubriera que bajo su fachada fría en realidad se derretía por él.

—¿Qué es lo que te desagrada de ti mismo? —susurró Emmanuel.

Ese cuestionamiento la descolocó. Lu se volvió hacia él y le sostuvo la mirada.

¡Dios, era en verdad atractivo! El cabello lo llevaba un poco más largo de lo acostumbrado y un mechón le caía sobre la frente haciéndole ver más joven. Vestía impecablemente un traje a la medida, sin embargo, a pesar de su refinado atuendo, seguía siendo Emmanuel, con cierto aire de peligro bajo su elegante apariencia. Sí, esa intensa mirada suya cargada de emoción, era un peligro para ella.

—¿Q- qué dices? —inquirió ella y se odió por nerviosismo.

—Esa es la pregunta con la que suelo iniciar mi primer entrevista con algún paciente, suena inofensiva, pero es muy reveladora —compartió esbozando una sonrisa melancólica—. Esa pregunta me la hice a mí mismo, esa noche...

Ella tragó saliva, no hacía falta dar más detalles, ambos sabían a que noche se refería.

—¿Y qué te respondiste?

—Mi estupidez —exhaló.

Lu sintió que sus piernas se doblaban. ¿Qué entrañaba esa expresión en el rostro de Emmanuel? ¿Sería que aún la amaba? No. Ella era una idiota por siquiera pensarlo, aunque deseaba con todas sus fuerzas, que eso fuera verdad no podía sufrir por él de nuevo. Apenas había conseguido recuperarse desde su vuelta de Tuxtla, tenía una vida que no incluía a Emmanuel y así debía seguir siendo.

Paralizada, Lu observó como sacaba una mano del bolsillo de su pantalón y la alargaba rozando con ternura su mejilla.

—¿Por qué te traté así?

Lu vaciló, esbozó una nerviosa sonrisa.

—No es el momento para esta conversación —evadió.

—¿Y entonces cuándo? Has estado evitándome desde que nos encontramos otra vez. Las cosas se deben hablar. Ignorarlas no las hace desaparecer.

—Somos historia antigua, mejor dejarlo así.

—No. Tú lo sabes y yo lo sé. No somos historia antigua y si no permites que tengamos esta charla, nos haremos más daño.

Lu sintió la cálida y segura mano de Emmanuel recorriendo la piel de su brazo, no pudo evitar estremecerse. Se sentía irremediablemente atraída por el calor que emanaba de él. Deseaba apretarse contra su torso, besarlo, olvidarse de todo. Emmanuel atrapó su mano y la hizo colocarla sobre su pecho.

Marcados a FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora