CAPÍTULO 23. UNIDO A TI EN CADA ALIENTO.

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 ..."Esa mujer es de otro mundo. Su belleza no es solo para alimentar ojos, está hecha para acelerar almas y eso la vuelve única e irrepetible"... Andrés Alfonso.

Lu se hallaba afuera de la Unidad de Cuidados Intensivos y, mientras Emmanuel y Balandrán se ocupaban de verificar el estado de Eusebio, ella comenzó a sentir remordimientos.

Se alejó hacia la vacía sala de espera y, sombría, ocupó una de las butacas. Su mirada se perdió al observar el jardín de interior que pretendía proporcionar una atmósfera de tranquilidad.

Ella suspiró débilmente y sacudiendo la cabeza, extrajo del bolsillo de su vaquero su móvil. Había transcurrido una semana, sin que ella se hubiera comunicado con Demetrio y Chata, sus únicos parientes. El episodio que había sufrido Eusebio la había sacudido fuertemente. No era como si sus tíos tuvieran una salud delicada, pero esas cosas sucedían y además nunca antes dejó pasar tantos días sin llamarles.

Sin estar muy consciente de sus acciones presionó en su número de contacto. Los tonos de la llamada sonaron agudos y largos en su oído, mientras ella se incorporaba del taburete y recorría a pequeños pasos la estancia.

—¿Lupita? ¿Qué sucede mi'ja? —preguntó al toque, sorprendido y sobresaltado su tío Demetrio. Su angustiada voz le caló hondo—. ¿Estás bien?

—Todo está bien, viejito —comentó apresurada, dándose cuenta de que había cometido un error al llamarlo a esa hora de la noche—. Perdóname, no quise alarmarte, te llamo luego.

—No, no cuelgues ahora, niña —reprendió el hombre—. Sí lo haces en verdad que ya no podré volver a dormir, ¿qué sucede mi Lupita?

—Es solo que yo, me di cuenta que los echo en falta —dijo, vacilante y se llevó  una mano a la frente—. El trabajo me ha tenido muy ocupada y no les había llamado —expresó, justificándose.

Un inoportuno aviso en los altavoces desde la central de enfermeras sonó con claridad encima de ella y, lo escuchó a Demetrio maldecir al otro lado de la línea. Ahora sí estaba metida en lío, pensó.

—¡Ajá, que no nací ayer, mi'ja! Además es muy tarde para que sigas en el hospital. ¿Se trata de Emmanuel?

—No, Emmanuel está perfecto. Es Eusebio, tuvo un infarto y está muy delicado.

Hubo un pequeño silencio, luego le escuchó exhalar con alivio.

—Bueno, hija. Esas cosas pasan, a nuestra edad si no nos llueve, nos gotea —aseguró Demetrio, su risa llena de afable auto burla. Ella sonrió sin querer—. Ese hombre por puro testarudo que es se pondrá bueno muy pronto, ya lo verás. ¿Tú te crees que le facilitará las cosas a Emmanuel con la adopción de Samuel, estirando la pata ahora?

—Viejito que cosas dices —reprendió cariñosa y sacudió la cabeza—. Tío Demetrio, te prohíbo que alguna vez tengas un infarto, ¿escuchaste?

—Despreocúpate mi'ja que yo si estoy macizo, no como el panzón del Eusebio ese. Yo no pienso mortificar a mi Chata, ni a ti con esos sustos.

Ella sonrió soñadoramente.

Su tío era un hombre grande, cuadrado y fornido, con la piel bronceada de soportar largas y duras jornadas en el campo que lo habían curtido desde que era un mozuelo. Demetrio Vázquez era un hombre de pocas palabras, sin embargo, de sus acciones ella aprendió a compartir lo poco que tuviera con quienes no tenían nada, a ser responsable y productiva. Y cuando quedó huérfana y no tenía a nadie, él la hizo sentirse amada y segura. Podían no estar de acuerdo en algunos tópicos, pero le quería infinitamente, como a un padre.

Marcados a FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora