Siete años de edad
Éramos inseparables.
Me encantaba pasar tiempo con Kat, ha sido desde siempre mi lucecita. Podía ser yo mismo en su presencia, me dejaba ser libre, me aceptaba incluso cuando yo no lo hacía. Era como esa persona que se vuelve tu ancla a la realidad, como si fuera un hermoso arcoíris... Díganme, ¿A quién no le gustan los arcoíris? Son un deleite para la vista y no tan frecuentes, así era ella, un deleite para el corazón, de esas personas que se encuentran una sola vez en la vida. Mi suerte fue que yo no tuve que encontrarla, nuestros caminos estaban destinados a estar juntos, gracias a las fuerzas del universo ella me amaba antes de que llegara a este mundo. El destino hizo la más grande hazaña colocándola en mi vida, como mi prima.
Éramos mejores amigos, uno solo.
A ella le encantaba que jugara con su cabello, le hacía trencitas y su rostro se iluminaba, un poco más o igual que el mío. Amaba que le pintara las uñas, aunque le hiciera un desastre en las manos.
Ella me protegía de todo aquello que me aterraba, tenía el don de ayudarme a no sentir más miedo.
—Hey Nik, ¡Ven aquí, tienes que ver esto! —gritó saltando de la emoción la chica risueña que alegraba mis días, sin parar de apresurarme.
—Ya voy, ya voy, Kat —dije, sin perder el ritmo algo rápido que llevaban mis pasos. Tratando de no tropezar al subir los escalones un poco viejos que yacían enganchados al jacarandá. —¿Por qué tanta prisa, mensa? —solté de manera burlona.
—Observa el cielo, ¿no es impresionante? —quedó embelesada con el espectáculo que nos ofrecía el cielo aquella noche, no despegaba la vista de él —Las estrellas se mueven, ¡Las adoro! —dijo sin el más mínimo interés en ocultar su admiración ante aquel suceso.
—No Kat, qué cosas dices... ¡Son luciérnagas! Y están haciendo competencias, carreras a ver quién corre más rápido, así como las hacemos nosotros. ¡Son espectafantásticas! —Contesté en un intento de explicar lo que estaba ocurriendo muy en lo alto.
—¡No, ya sé que son! Nik, son estrellas fugaces. ¡Hay demasiadas, y se ven tan lindas! —manifestó Kat, luego de recordar a su maestra de ciencias hablar acerca de estas. —Quisiera tocar una —alargó sus manos en un intento por tocarlas. En ese momento, sus ojitos poseían una luminosidad más grande que la de otros días.
—Son maravillosas, brillan mucho, como tú —solté volteando a verla.
Kat me devolvió la mirada, con una sonrisa genuina en su rostro.
—Tú eres mi estrella favorita Nik, no permitas que nadie apague tu luz —dijo, alzando su brazo para alborotar mi cabello, y proceder a envolverme con él.
Así, deleitándonos con el fenomenal espectáculo que nos ofrecía el universo aquella noche, abrazados y con nuestras vistas fijas en la inmensidad del cielo; nació el afán de Kat por llamarme estrella.
En ese momento, pude reafirmar que ella era uno de mis pilares, o quizá, el único; el soporte que necesitaba mi vida para no desmoronarse por completo.Esa noche Kat me hizo pensar en el brillo interno de cada persona, y me dio un consejo que, probablemente también debió considerar para sí misma.
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Una estrella con poco brillo - EN PAUSA
Teen FictionNikolas Hoffman, un prometedor médico cirujano, después de enterarse sobre la muerte de su prima más querida, decide crear una línea de apoyo para personas maltratadas o con problemas que afecten su salud tanto física como psicológica. Lo que no es...