I. Shinigami

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Rukia no está bien.

Al menos eso es lo que dice su hermano. Se la ha pasado llamándome por teléfono para que vaya a verla, dice que está todo mal. Yo maniobro lo mejor posible el auto para seguir a una velocidad de rayo y no estrellarme con algo en el proceso. Todavía me faltan muchos kilómetros para llegar a Karakura, el pueblo de mi infancia, donde nos conocimos Rukia y yo desde que nos sentaron juntos en el jardín de niños. Se agolpan imágenes en mi mente de cuando ella y yo éramos como uña y mugre. No quería irme de Karakura, pero tuve que hacerlo.

―Diablos, Rukia. ―Me escucho vociferar a mí mismo contra ella. Prometió que estaría bien y no lo cumplió.

Ichigo, yo soy una shinigami...

Todavía recuerdo la seriedad con lo que me dijo eso. Pensé que solo era un juego de patio de colegio. Siempre jugábamos a que éramos segadores de almas, usábamos palos de escoba como espadas y creábamos nuestros propios hechizos, nos divertíamos explorando "casas embrujadas" para encontrar fantasmas enemigos y acabar con ellos. Ese tonto juego siguió a lo largo de varios años hasta que poco a poco fue desapareciendo. Sin embargo, una parte de mí siempre supo que Rukia de verdad lo creía, que ella era un shinigami.

A través de los kilómetros ella se encuentra en una clínica psiquiátrica y yo piso el acelerador a fondo para llegar y alcanzarla, para traerla de vuelta a la realidad, o hundirme en su locura. Lo que sea por ella.

Ella hollowDonde viven las historias. Descúbrelo ahora