La aldea del desierto

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Avanzaron silenciosos, en calma y juntos en esa nueva oportunidad

Los días pasaron, y aquel momento no fue olvidado, era imposible hacerlo. Aquellas palabras, la promesa de continuar acompañándose y el contacto íntimo que tuvieron rondarían en su cabeza por un buen tiempo.

Como una suave cosquilla en el estómago, el recuerdo la alteraba y la asustaba; se sentía demasiado irreal, adictivo. Y todas aquellas nuevas sensaciones, despertaron algo que creía dormido y oculto, como un roce en el corazón, como un susurro ansioso que la invitaba a ilusionarse.

Pero ella no quería eso.

Todo estaba muy reciente, su corazón estaba dolido y no quería tener un amor no correspondido. No otra vez.

Así que serenó su corazón, lo calmó y cada vez que su mirada se cruzaba con la de Gaara se recordaba a si misma que él solo la estaba ayudando a adaptarse.

Como precisamente ocurría en ese momento, en su balcón.

Ambos estaban ahí, sentados en un sofá, tomando una taza de té acompañándose en mitad de la noche.

Como todos los días, a la misma hora.

Gaara había adoptado esa pequeña rutina de visitarla todas todos los días, sin falta, en aquel pequeño y acogedor balcón.

Había noches en que el silencio los acompañaba y otras en las que conversaban, y otras en las que él buscaba contacto.

Como ese día, en que él sin decir una sola palabra, se sentó a su lado, y buscó su mano, enredando sus dedos, sin llegar a tomarla completamente; como si fuera algo totalmente normal.

- ¿Te desagrada?

Ella lo miró sin comprender a que se refería y él llevó sus ojos hacia ella y luego hacia sus manos enredadas.

- No, se siente bien- respondió ella- ¿y ti?

- Me gusta.

Hinata se sonrojó ante la brutal sinceridad, pero comprendió que él era así. Que Gaara decía las cosas tal cual las sentía y eso era lo que lo hacía tan especial.

Y así, con aquella agradable compañía, los días en Suna avanzaron.

Volvió a ser la aprendiz de la herbolista y su dinero ganado en Konoha fue transferido en su cuenta en Suna; con eso, se compró ropas adecuadas para ella y sus armas.

Ahora se veía como un ninja de la arena y el sentimiento comenzaba a llenarla de orgullo.

Bajo la atenta supervisión de los médicos, comenzó a retornar a los entrenamientos hasta ser dada de alta completamente. Fue ingresada a la unidad de Matsuri y con ello, recibió su banda de la Arena.

Y a pesar de que fue un buen día, no pudo evitar pensar en Kiba y Shino, y aquellas celebraciones tenían en sus tiempos como equipo ocho.

Casi podía imaginar a Kiba irrumpiendo con Akamaru en su pequeña sala de estar y Shino regañándolo mientras dejaba algún regalo en la mesa; y ella preparando alguna comida para compartir.

Probablemente, nunca dejaría de extrañarlos.

Así, desde ese día en adelante, su banda de Konoha descansó junto a la foto de sus amigos, en un pequeño mueble de su sala de estar junto a la foto de Neji; ambos, recuerdos que Kankuro había traído de vuelta en su regreso a Suna.

Los días continuaron avanzando, y se adaptó con facilidad las ordenes de Matsuri y a sus nuevos compañeros de unidad. Y pronto, se encontró compartiendo y paseando por la aldea en compañía de ellos, saludando a las personas y teniendo pequeñas pláticas.

La noche en el desiertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora