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«Amberly Roberts era de esas mujeres que provocaban que a cualquier persona le resultara imposible quitar los ojos de ella por iniciativa propia

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«Amberly Roberts era de esas mujeres que provocaban que a cualquier persona le resultara imposible quitar los ojos de ella por iniciativa propia. En comparación, no había nada más interesante ni mucho menos nada más seductor» pensó Alistar cuando llevaba más de un cuarto de hora sin quitarle la vista de encima.

La joven en cuestión tenía un vestido blanco que llegaba hasta el piso, con mangas largas y un escote de infarto, el cual Alistar juraba que le tapaba el ombligo de puro milagro. A pesar de esto, no era un vestido vulgar sino más bien todo lo contrario, emanaba elegancia y clase a kilómetros de distancia.

Tenía el cabello recogido a la altura de la nuca en forma de rodete con una raya en el costado derecho de la cabeza, dejando su cuello desnudo al descubierto para ser apreciado en toda su plenitud. No llevaba un collar de diamantes, esmeraldas, ni rubíes como el gran porcentaje de las mujeres que se encontraban allí esa noche. Los únicos accesorios que estaba utilizando eran unos sencillos y delgados pendientes en forma de anillas que parecían ser de oro y resplandecían bajo la luz del enorme salón.

—Ya basta, Alistar —siseó su mejor amigo y se paró frente a él para bloquear su línea visual—. Estoy empezando a sentirme acosado por ella. Estás siendo demasiado... alevoso.

—¿La has visto, Beck? Es perfecta. Nunca había visto a una mujer más fascinante en mi vida.

Una de las cejas castañas de Dawson Beckhart, conde de Dilace, se alzó a modo de respuesta y se giró hacia la aludida sin poder resistirse. 

—No cabe dudas que es hermosa, creo que es la más atractiva de la familia luego de la hija bastarda del rey —musitó pensativo pero Alistar no parecía estar prestándole demasiada atención.

—No será una tarea fácil, pero creo que eso solo hará que la victoria me sepa mejor. Más dulce quizás... —expresó con placer—. Y el proceso tiene pinta de ser incluso mejor.

Beck lo miró sin dar crédito. 

—No puedo hacer que lo olvides, ¿verdad? —masculló y apretó los labios mientras negaba con la cabeza.

Alistar se dignó a dirigirle un vistazo. 

—¿De qué estás hablando? ¿Has insistido en que gaste una fortuna para venir a esta maldita fiesta solo para tener la oportunidad de verla de cerca y ahora me sales con esto?

—Creí que al verla con tus propios ojos y comprobar que era una persona y no una... cosa, te olvidarías de ese... plan perverso que te está volviendo loco —replicó en voz baja—. Vamos, Alistar. Esto no está bien, tú no eres así.

El hombre de cabello color miel que vestía un impecable traje de color negro y camisa blanca volvió a clavar la vista en Amberly y habló de manera pausada y tranquila.

—Lo que me vuelve loco es saber que mi hermana fue humillada de una forma tal que creyó que la única salida era quitarse su propia vida. Le drenaron las ganas de vivir, Beck. No me sentaré a ver como el causante de todo su dolor sigue tranquilo con vida como si nada hubiera pasado, como si ella no hubiese existido —sentenció y se volvió hacia la mesa de refrigerios que tenía detrás en busca de una copa.

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