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Amber se asombró al percatarse de que finalmente se había acabado esa semana infernal

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Amber se asombró al percatarse de que finalmente se había acabado esa semana infernal. Luego de una guardia de doce horas la noche anterior y de haber trabajado otras doce durante el día, por fin podría marcharse a casa y descansar.

Los días se le habían pasado rápido principalmente porque se había limitado a trabajar, dormir y comer cuando sus horarios se lo permitían. Alistar también había facilitado esto último. Todos los días desde el martes le había enviado un menú diferente del mismo restaurante de la primera vez y ella no había intentado rechazarlo en ningún momento.

Al fin y al cabo, sus atenciones no eran ninguna molestia. No había sabido nada de él desde esa noche en el estacionamiento, no había vuelto a cruzárselo ni recibido ningún mensaje de su parte —algo obvio porque ella no le había dado su número de celular—. Todo lo que hacía era alimentarla con la comida más deliciosa que hubiese probado en su vida.

Amberly no le veía nada malo en aceptarlo aunque no terminaba de comprender por qué él se mostraba tan interesado en ella. Nadie se tomaba tantas molestias para llevar a una mujer a la cama, pero tampoco veía razones que le indicasen que el hombre era un psicópata o que sus intenciones eran deshonestas.

Quizás ella seguía con el juicio nublado por los tres orgasmos increíbles que le había provocado el lunes por la noche, o tal vez porque gracias a él esos habían sido los días que mejor había almorzado desde que comenzó a trabajar en el hospital, pero tampoco podía consultarlo con nadie porque el único con el que se sentiría lo suficientemente cómoda y en confianza como para hablar sobre ello era Brad y ya estaba al tanto de su opinión al respecto.

Casi de manera inconsciente caminó hasta el pasillo en el que tenía entendido que se encontraba su oficina provisoria. No creía que aún se encontrara allí, si bien era prácticamente la misma hora en la que se habían topado por casualidad hacía tres días, ese era un viernes por noche por lo que todo el mundo quería salir más temprano del trabajo para reunirse en algún bar con amigos o colegas.

Todo el mundo menos ella. Por un motivo o por otro nunca se había visto incluida en los planes de sus pares para juntarse un viernes por la noche —o cualquier otro día—. Ni en el colegio, la universidad, ni mucho menos en el hospital.

Pero imaginaba que Alistar, que era su propio jefe, estaría disfrutando de un momento de distención. Quizás con sus empleados o compañeros de la obra, o tal vez con ese amigo suyo cuyo rostro Amber no podía recordar.

Se ajustó el abrigo porque la corriente de aire helado le penetró hasta los huesos. El hospital era grande y el invierno se hacía sentir con crueldad en sus pasillos. Además, hacía casi treinta y seis horas que no dormía en condiciones y estaba agotadísima. Las pequeñas siestas que se había permitido la noche anterior no habían sido suficientes, la habían interrumpido demasiado para tratarse de un día de semana, y cuando por fin había acabado con la guardia, su nuevo día laboral estaba a punto de comenzar.

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