Capítulo 7

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Capítulo 7

La tortura física y la flagelación eran cada vez menos dolorosas.

Fue tanto el tiempo y tanto el dolor que sintió en el exilio, que las humillaciones por parte de su clan para purificarlo no le lastimaron tanto como debían, no físicamente.

Moralmente no podía decir lo mismo.

Aun así, se conservó impávido la primera vez tras su rescate de aquel tortuoso planeta desértico, cuando los miembros más jóvenes del clan, esos que estaban sin sangrar, acudieron a sus aposentos para desprenderlo de sus harapos y darle una ducha fría. Lo patearon y le escupieron, lo empujaron y le desgarraron el collar que con esfuerzo confeccionó durante sus solitarias cacerías.

Se fueron, arrogantes y jubilosos en el fondo, pero serios y formales por dentro, después del rito. Lo dejaron desnudo y tendido en su habitáculo de la nave madre.

No emitió sonido alguno cuando las patadas le sacaron el aire y lo encorvaron provocando que cayera de rodillas. No hubo quejas, no gritó. Solo cerró los ojos y dejó a los jóvenes castigarlo en silencio.

Ellos tampoco hicieron más ruido que el de sus golpes.

Por eso, lo de hoy ni siquiera lo asustó.

Su verdugo era, esta vez, un cazador experimentado, supervisado por un anciano que miraba desde afuera del calabozo mientras los otros dos asistentes encadenaban a A'hab a la pared. Esto era innecesario en realidad, por dos razones. A'hab era perfectamente capaz de romperlas. Pero tampoco lo haría, poner resistencia ante un castigo ejemplar era deshonroso, y no había espacio para más deshonra en la espalda de A'hab.

A pesar de eso, los últimos períodos solares su desempeño estaba satisfaciendo las expectativas del clan. Y era solo el principio, New Way City se estaba convirtiendo en su ciudad y nada del mundo lo detendría. Ya tenía sus siguientes objetivos, pero era necesario antes pasar por ciertos rituales.

El verdugo sacó una vara de metal de entre las brasas de una chimenea que descansaba entre una pared llena de instrumentos de tortura.

El artefacto, era simple, poseía una plancha al final que ahora se encontraba casi en estado de fundición, tenía que ser en extremo caliente para que la víctima sintiera el dolor, porque la piel de los cazadores es demasiado gruesa y una quemadura leve no significa ni un rasguño.

Pero ésta era perfecta, en el punto exacto para lo que debía hacer.

Borrar las marcas y tatuajes que adornaban la espalda de A'hab, una por una. Esto no se hacía con los exiliados, pues se los abandonaba en páramos prohibidos y se les despojaba de todo artilugio tecnológico nada más.

Adicionalmente, se les marcaba la frente con un símbolo de traición.

Dicho estigma, cumplía una tarea específica. En caso de que el desterrado lograra escapar de algún modo, si otro cazador lo encontraba vería primero esa marca de la frente y lo eliminaría sin dudar.

Los tatuajes y marcas del resto del cuerpo se mantenían, pues eran señas particulares del individuo y formaban un recordatorio de lo que alguna vez fue.

Pero en este caso era una bienvenida, un bautismo.

Le estaban dando la oportunidad de borrar todo su pasado y comenzar de nuevo, no con la pureza de un joven cualquiera, sino, de escribir de nuevo su historia encima de una cicatriz, que permanecería para siempre como recordatorio de que si volvía a traicionarlos, no quedaba otra capa de piel que quemar para perdonarle.

Por esto, A'hab cerró los ojos esperando el momento, esperando la oportunidad.

La superficie caliente se adhirió a su espalda y se escuchó el sonido de la piel quemarse, comenzó a emanar humo conforme el verdugo apretaba la plancha de metal contra su cuerpo y empujaba el abdomen de A'hab contra la pared, como si quisiera aplastarlo.

A'hab resistió toda manifestación de agonía. Todas las ganas de soltar un grito desgarrador por su deshonra, tuvo que tragárselas y apretar los puños mientras le quemaban la piel. Sintió cómo ésta se retorcía y se desprendía de él cuando lo separaron.

El anciano, con la mano, hizo un gesto a los ayudantes para que lo giraran y al verdugo para que pusiera la vara a calentar otra vez.

Era turno del pecho.

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