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¿En serio nos vamos a quedar aquí? Pensaba Natalia mientras ella y su banda entraban por la puerta de esa casa que iba a ser su alojamiento en los próximos dos días. ¿En qué momento les había parecido buena idea aceptar ese concierto? Que no era por no hacerlo, pero estaban en el pueblo más pequeño y perdido de todo los Pirineos. ¿Qué tipo de Festival iba a ser ese? Iba a matar a sus dos amigas que eran las culpables de que estuviera allí, ellas y su "es una escapada, necesitas aire fresco, así te olvidas de..."

- ¿Nati tía has visto qué bonito todo? – dijo Tere mirando por la ventana como llevaba haciendo todo el camino en coche hasta llegar.

- Precioso, hace un frío de narices y encima aquí solo hay abuelos. – Se quejó la cantante dejando sus maletas delante de un pequeño mostrador que hacía de recibidor – ¿Hola?

- Eres el Grinch en persona nena. – Le dijo María, su batería, rodeándola por el cuello – Estamos en el puto paraíso.

- El paraíso del hombre de las nieves, sí. – Natalia se soltó de su amiga y dio unos golpes al mostrador intentando que alguien les hiciera caso – ¿Hola? Es que encima nos meten en el peor... – Se empezó a quejar hasta que una muchacha rubia, más bajita con una sonrisa encantadora y unos preciosos ojos azules se plantó frente a ella – Hola, somos el grupo de música que...

- Natalia Lacunza, ¿verdad? – La chica sacó una libreta en que tenía todo apuntado a mano, ¿ni ordenadores tenían? Pensó Natalia – Me llamo Marina Reche y soy la copropietaria de La Posada, os hemos preparado las habitaciones de la segunda planta.

- Guay gracias. – Contestó María algo más simpática que la cantante – Me llamo María y esa que está flipando con el paisaje es Tere.

- Encantada. – Salió de detrás del mostrador y les indicó que la siguieran – Las escaleras están por aquí, no tenemos ascensor porque es una casa antigua.

- Genial. – Murmuró Natalia llevándose el codazo de María.

- La cena es a las nueve, hoy es una noche especial así que no podéis faltar. – Miró a Natalia y ésta fingió una sonrisa sin dientes – Servimos el desayuno de siete a diez, podéis hacer uso de la cocina sin problemas. – Se dirigió a María – Si también queréis comer al mediodía necesitamos que nos lo digáis, no solemos hacerlo, pero no habría problema.

- Creo que nos podemos apañar, ¿no? – dijo mirando a Natalia que se encogió de hombros.

- ¿Pero hay algún restaurante en este pueblo? – dijo Natalia con desprecio y Marina ignorando ese tono contestó.

- Lo hay, de hecho lo lleva un buen amigo y fantástico cocinero. Luego os indico donde está. – Se paró frente a la primera puerta del pasillo – Esta es la tuya Natalia. – Le entregó la llave y ésta sin decir nada más entró dando un portazo.

- No se lo tengas en cuenta, en el fondo es un trozo de pan. – dijo Tere al otro lado de Marina y ésta asintió.

- Muy en el fondo. – Murmuró María haciendo sonreír a Marina.

Natalia dejó la maleta al lado de la cama y miró a su alrededor, cuando entró en esa casa vieja no esperaba que las habitaciones fueran así y estaba gratamente sorprendida. La cama era grande, y justo encima había un precioso cuadro de un paisaje que adivinó era el que se veía desde el enorme ventanal que además daba acceso a una pequeña terraza particular dónde había una mesa y un par de sillas para disfrutar del lugar o fumarse un cigarrillo tranquila. Entró en el baño, moderno y con todo lo necesario, impresionante. Quizás la primera impresión no hubiera sido del todo acertada, pensó. Unos golpes en la puerta la sacaron de sus pensamientos, seguro eran las de la banda.

CALENDARIO DE ADVIENTO ALBALIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora