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- ¡Mamá, mamá! – Emma entró en la habitación sin llamar y se lanzó encima de la cama donde sus madres despertaban teniendo un amago de infarto con los gritos de su hija de cinco años.

- Emma, te dije que no las despertaras. – La riñó su hermana mayor desde la puerta.

- ¿Qué está pasando? – Preguntó Natalia cogiendo al torbellino de su hija para que dejara de saltar encima suyo. 

- ¡Qué quedan... – Usó los deditos para contar y las madres se murieron de ternura – Cinco, sí, cinco días para Navidad.

- Tienes razón mi amor, quedan cinco días. – dijo Alba sonriendo a su pequeña terremoto.

- ¿Vamos a montar hoy el árbol? – Alba y Natalia se miraron sabiendo que, por mucho que quisieran no se iban a poder negar a los ojos suplicantes de su monstruo.

- ¿Queréis hacerlo hoy? – Natalia miró a sus dos hijas, Emma tan rubia y tan Reche y  Minerva tan alta y tan Lacunza. 

- ¡Yo sí, yo sí! – Chilló Emma.

- ¿Y tú Minerva? – Le preguntó Alba a la mayor que seguía en la puerta y se encogió de hombros con algo de indiferencia haciendo que sus madres se mirasen preocupadas.

Su hija mayor siempre había sido algo introvertida y ellas eran partidarias de darle su espacio, presionarla para que expresara lo que sentía solo la llevaba a bloquearse y eso era peor. El problema era que desde hacia unas semanas estaba incluso más rara de lo habitual. Ellas sabían que algo le rondaba por la cabeza y que fuera lo que fuese la preocupaba hasta el punto de andar entre suspiros por la casa. 

- Pues si vamos a montar el árbol, ¿sabéis que significa no? – Comenzó a decir Natalia.

- ¡Churros con chocolate! – Gritó la pequeña haciendo reír a todas, bueno a Minerva solo sonreír tímidamente. 

- ¿Te apetece  que vayamos a por churros cariño? – dijo Natalia mirando a la mayor que asintió sin más y se marchó hacia su habitación. 

- Es hija tuya sin duda. – dijo Alba a Natalia en un susurro mientras la pequeña saltaba de la cama y se iba corriendo seguida de su hija mayor – Intensa como ella sola. 

- Culpable. Pero la terremoto ha salido a ti. – Alba le dio un pico y salió de la habitación en busca de su hija que seguro ya estaba en la cocina.

Natalia se puso unos vaqueros y la sudadera que Alba le había regalado las navidades anteriores, una con un enorme reno dibujado, ya era hora de meterse en el espíritu navideño, se arregló un poco el pelo en el baño y fue en busca de su hija mayor. La churrería no estaba muy lejos y desde que Minerva era un moco que ya podía caminar se había establecido cómo tradición ir con su madre a por churros la mañana en que se montaba el árbol. 

- Minerva, ¿estás lista? – Natalia se asomó a la habitación de su hija mayor que estaba sentada en la cama escribiendo en ese diario suyo que ni confirmaba ni negaba haber buscado para leerlo sin suerte.

- Sí. – Dejó el diario en la mesilla de noche y salió con su madre – ¿Podemos comprar porras?

- ¿Porras? – La niña asintió con una sonrisa – Claro, podemos comprar porras también. ¿Desde cuando te gustan? – Minerva se encogió de hombros. 

- Son las favoritas de... de Laura. – Natalia se fijó en como su hija se sonrojaba, vaya. 

Entraron en la cocina donde Alba intentaba que Emma no lo dejara todo hecho un cristo y es que su hija pequeña era una especie de huracán que por donde pasaba solo dejaba escombros. 

CALENDARIO DE ADVIENTO ALBALIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora